MEDICINA - Volumen 58 - Nº 5/2, 1998
MEDICINA (Buenos Aires) 1998

       
     

       
    SIMPOSIO: COMITE DE ETICA

LA VERDAD EN LA CIENCIA

Amadeo P. Barousse

La sociedad está muy atenta, y muy crédula, a las noticias que transmiten los investigadores.
Mi reflexión pretende alertar sobre las posibles desviaciones de la conducta deseable, o sea de la ética del investigador, cuando comunica el resultado de sus investigaciones.
La veracidad de la información del científico debe ser asegurada, hasta donde ello es posible, por sus pares. En 1945, Alfredo Lanari escribió en Ciencia e Investigación (1945; 1:327-9): «El acto de emitir un juicio sobre una obra científica, juzgándola según su valor intrínseco y abstrayéndola de su autor, constituye la crítica, que no otro es el significado etimológico de la palabra. Hecha con tal criterio por personas que posean los conocimientos técnicos necesarios y, si es posible, que trabajen sobre temas idénticos o afines, la crítica será para el autor de una obra el más valioso auxiliar para indicarle la corrección de sus métodos científicos o la fuente de sus posibles errores. Por tanto, todo autor esperará con interés, cuando no con ansiedad, que en las revistas científicas aparezcan los comentarios que le darán o negarán razón».
Años más tarde Ingelfinger impuso una condición excluyente para aceptar un trabajo en el New England Journal of Medicine. Un manuscrito sería considerado para su publicación «si su substancia no ha sido propuesta o publicada en otra parte». No dice que el mismo manuscrito haya sido publicado en otra parte, sino «la substancia» del trabajo.
Lanari e Ingelfinger señalan el camino de un trabajo científico hacia su divulgación: antes de transformarse en conocimiento divulgable debe pasar por los jueces de las revistas (peer-review) o por los miembros de comités científicos de los congresos, que aceptan o rechazan los manuscritos.
A partir de su publicación el trabajo sufrirá la crítica de los lectores de las revistas que tienen la oportunidad de enviar cartas al comité de redacción y aun la más severa de las críticas, la de quienes quieran ratificar o rectificar las conclusiones utilizando la misma metodología de «material y métodos» ya que la ciencia es una de las actividades humanas más sujeta a represión.
En el caso de ser aceptado un trabajo en un congreso afrontará la discusión que expresará aprobación o desvalorización por parte de sus pares presentes en la reunión. Aquí me permito recordar a Houssay cuando decía que no le interesaba tanto que un trabajo fuera presentado en un congreso como que fuera publicado en una buena revista. Durante mi presidencia en esta Sociedad en 1971 hice una pesquisa de los trabajos presentados en la sociedad que alcanzaban su publicación y encontré que menos del 30% eran rescatados en la bibliografía.
A partir de la publicación en una revista con jueces (de su aceptación opinarán algunos) o inmediatamente a la presentación en un congreso, el investigador tiene derecho a divulgar sus hallazgos en los medios de comunicación. Se admite aún que un científico puede tener para ese momento organizada una conferencia de prensa.
Si la divulgación a través de los medios masivos de comunicación de los progresos del conocimiento logrados por la ciencia y de las posibilidades de rápido traspaso a la tecnología de estos conocimientos, contribuye o no a medicalizar a la sociedad, dependerá de la ética de los periodistas cuya conducta deseable será buscar la información transitando también ellos, este único camino. De este modo se asegurará la divulgación de lo que será lo más próximo a la verdad.
Es cierto que los peer-review han cometido errores graves, como cuando una revista de excelencia rechazó la primera descripción de pacientes con SIDA y aconsejó el envío del manuscrito al boletín de la CDC. También podríamos recordar que la Dra. Barbara McClintock recibió el reconocimiento de su trabajo sobre los genes saltarines a los 80 años por el jurado del premio Nobel, 30 años después de la publicación de su manuscrito, y que Rous descubrió su famoso sarcoma en 1911 y recibió por ello el premio Nobel recién en 1966, lo que no prestigió el juicio de los pares.
Hay quienes sostienen que los jueces naturales de los trabajos son los jefes de servicios o los comités internos de las instituciones. También para este debate podríamos evocar casos famosos en que los jefes fueron deslealmente engañados.
En cuanto a los medios de comunicación debemos aceptar como loable su avidez de noticias sobre avances científicos y sobre todo acerca de su rápida transferencia a la medicina asistencial. La sociedad tiene derecho a esta información como parte de su derecho a la salud. Pero es evidente que la información contribuye al crecimiento de las necesidades, que las necesidades pueden confundirse con deseos, que las necesidades deben ser satisfechas pero los deseos en general quedan frustrados.
Los periodistas tienen derecho a acceder a las revistas científicas y «traducir» su contenido al lenguaje llano. Pueden también entrevistar a científicos o tecnólogos y facilitarles la divulgación de su tarea: esto no es sólo el derecho del periodista, sino también el derecho del ciudadano común de conocer en qué se utilizan los dineros que él contribuye a recolectar para ser empleados en investigación.
Es difícil delimitar lo que es divulgación de verdades científicas entre comillas, de lo que es promoción personal. Lanari permitía sólo a los miembros de la Carrera del Investigador o a investigadores full-time de la universidad a entrevistarse con el periodismo. El pensaba que para un médico asistencial toda vinculación con los medios de comunicación era prioritariamente promocional.
En la actualidad también los científicos están expuestos a lucrar con sus descubrimientos y es probable que muchos investigadores famosos sufran la tentación de vincularse más con el mundo empresario que con el académico y esto forma parte de la gran problemática ética del hombre de ciencia actual.
No es cierto que se pueda conseguir una medicina igual para todos. No es cierto que se pueda otorgar libertad de elección para financiadores y prestadores. No es cierto que todo lo que se divulga es verdad. Pero es preferible defender la libertad de expresión y debatir cuando sea necesario. También en ciencia la mentira tiene patas cortas.