MEDICINA - Volumen 56 - Nº 6, 1996
MEDICINA (Buenos Aires) 1996

       
     

       
     

El sesquicentenario de la primera anestesia quirúrgica

Samuel Finkielman; Jorge Firmat
Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires

El doctor Benedictus, si no me equivoco Wilhelm Gustav Benedictus, que era un
médico alemán de la segunda mitad del siglo XVIII y que escribía en latín y en lengua vulgar sobre temas tan dispares como la historia del comercio y la navegación, la escarlatina y las enfermedades de los ojos, es citado por un cierto Caspar Hoffmann en un pasaje que relata el procedimiento empleado por los asirios para provocar insensibilidad en los sujetos sometidos a la circunscisión. Procedían los circunscidadores asirios a comprimir los vasos del cuello del sujeto mediante una suave ligadura que lo iba estrangulando gradualmente hasta producirle un sueño profundo y tranquilo. En cuanto la comprensión cesaba el sujeto recuperaba los sentidos en forma casi inmediata, sin molestias ni memoria de los sucedido.1
Aunque un torniquete en el cuello no parece un procedimiento recomendable ni
aun para una cirugía que se resuelve de solo un tajo, el relato que precede podría servir de comienzo para una historia de la anestesia. Porque no hubo descubrimiento de la anestesia sino una secuencia de ideas, intentos y hechos a lo largo de la historia.2 El solo recuerdo de esa historia excedería lo que puede concentrarse en un editorial que celebre la primera anestesia quirúrgica. Hace 150 años, el 16 de octubre de 1846, el doctor John C. Warren efectuó la primera operación indolora, una resección de un tumor de cuello, en el Massachusetts General Hospital de Boston. El anestesista, que respondía a una
especie de desafío ante la incredulidad de los cirujanos, fue el dentista William Thomas Green Morton y el anestésico empleado fue el éter, aunque este hecho se trató de ocultar en esa ocasión. El empleo del éter le fue sugerido a Morton por el químico y geólogo, docente de Harvard, Charles T. Jackson. Morton había ensayado el éter durante los dos meses previos para extracciones dentales. La tensa situación y la incredulidad de los cirujanos podía explicarse porque unos nueve meses antes, el dentista Horace Wells, de Hartford, Connecticut, había fracasado en un intento de anestesiar a un paciente en el mismo quirófano, frente al mismo cirujano, empleando óxido nitroso, también llamado gas hilarante.
Ambos procedimientos, tanto el fallido como el exitoso, fueron públicos; tuvieron lugar en el anfiteatro quirúrgico del Mass General en la Universidad de Harvard -- que aun se conserva-- ante una concurrencia escéptica formada por profesores y estudiantes de medicina, periodistas y legos. Los asistentes habían reaccionado con burlas después del primer experimento y quedaron profundamente sorprendidos después del segundo; la insensibilidad absoluta y transitoria era posible. Quizás Morton el protagonista de la hazaña, hubiera formado parte del público cuando el fracaso de Wells; el dentista Morton que era además estudiante de medicina, había sido asistente de Wells y éste le habría
comunicado sus ideas y experiencias acerca de la anestesia y sus intenciones de aplicarla a la cirugía. El éxito de Morton, la primera anestesia quirúrgica, es uno de los grandes hitos de la historia de la medicina y significó un cambio radical de la cirugía.3
La historia de la medicina, por lo menos la historia registrada, se presenta generalmente como una sucesión de actos perspicaces y generosos, a veces esforzados, riesgosos o heroicos, que produjeron grandes o pequeños aportes a la cruzada por la salud; el impulso respondía al deseo de dominar la enfermedad, suprimir el dolor y conservar la vida. Es cierto que así como el error es parte constitutiva de la práctica médica junto con una inevitable dosis de vanidad y dureza, la historia de la medicina consigna una serie de insalvables errores, ilusiones y fracasos. Pero aun estos casos, se trate de falencias o
autoengaños, se producen en un marco desinteresado de sincera convicción y compromiso moral. El charlatanismo y la malicia son casi ajenos a la historia de
las prácticas médicas eficaces, aunque hay una historia de veleidades médicas difíciles de distinguir y separar, que incluso persisten y confunden a los legos. No hay duda que la anestesia pertenece a la historia de la medicina eficaz y como ejemplo, el intento de explotarla económicamente resulta una excepción. Que la codicia haya servido al desarrollo de la medicina parece una idea impropia salvo para los campeones de la economía globalizada posmoderna. Pero allí está. Morton advirtió que la anestesia podría resultar un gran negocio; concertó con Jackson un contrato de explotación dejando afuera a Wells que había experimentado y ensayado largamente la anestesia dental con óxido nitroso.

Morton trazó un plan ambicioso. Dividió a los EE.UU. en jurisdicciones que tendrían un representante suyo recaudador y fijó la tasa de regalías para cada anestesia según el número de habitantes de cada condado. Esperaba además ser el proveedor de dentistas y cirujanos pues había disfrazado el éter y afirmaba ser el único conocedor del agente de la anestesia y de su fórmula. El olor del éter era sin embargo imposible de disimular y muy pronto resultó evidente que se trataba simplemente de éter. El procedimiento de administración de los vapores parecía muy fácil y, a pesar de que Morton había ideado y patentado un dispensador de vapor, una vez descubierta la patraña, quienquiera que deseara anestesiar podía proveerse de éter en cualquier droguería y de un balón y un
tubo. Así que su prodigioso esquema crematístico fracasó.
En el interín el apesadumbrado Wells después de un viaje a Europa, donde se lo honró como el descubridor de la anestesia, se estableció en Nueva York, continuó con sus experimentos con óxido nitroso, se hizo adicto al mismo, enloqueció, atacó a mujeres en la calle --su esposa lo había abandonado-- fue puesto preso y se suicidó en la cárcel en 1848 con ... gas hilarante (se seccionó una arteria femoral mientras inhalaba óxido nitroso).

Morton no cejó nunca del propósito de obtener un beneficio monetario de la anestesia; periódicamente conseguía que alguien de Boston o Washington propusiera al Congreso un premio cuantioso por su aporte al bienestar de la humanidad. Y ciertamente la anestesia fue un valioso aporte. No tuvo éxito. Mendigó, rogó y obtuvo fondos de admiradores que usó para gestionar ante las autoridades y para presionar y corromper a funcionarios. Hubo de rodearse de abogados-rompió con Jackson que le disputaba la prioridad así como tuvo que enfrentar a otros rivales, que alegaban haber anestesiado antes que él; tal el caso del doctor Crawford W. Long, de Jefferson, Georgia. Long era un médico rural, simpático y mujeriego, que participaba en los jolgorios del éter en los que había observado que las participantes femeninas se caían de risa y se
golpeaban sin quejarse de ningún dolor. En 1842 Long le aplicó éter a un paciente para extirparle unos quistes del cuello con éxito. Recién publicó susobservaciones en 1849. Morton consumió en pleitos y demandas los fondos que obtenía. Durante 20 años intentó que se lo reconociera como el descubridor de la anestesia. No lo consiguió y murió pobre en 1868.4
Curiosa historia, ¿verdad? (La palabra anestesia fue acuñada por Oliver Wendel Holmes, médico, poeta y fundador de The Atlantic Monthly)

Bibliografía

1. Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano. New York: Montaner y Simon & WM Jackson, sin fecha (Artículo: Anestésico)
2. Davison MHA. The evolution of anesthesia: Baltimore: Williams & Wilkins, 1965.
3. Williams H. Masters of Medicine. London: Pan Books: 1954.
4. Thornwald J. The century of the surgeon. New York: Bantam Books: 1963.