MEDICINA - Volumen 61 - Nº 1, 2001
MEDICINA (Buenos Aires) 2001; 61:105-108

       
     

       
   

La intuición más desinspirada de un erudito

 

La interpretación y explicación de textos sagrados se denomina exégesis y la tradición exegética del Antiguo Testamento distingue cuatro modalidades: 1) la simple o literal; 2) la filosófica o teológica; 3) la homiléctica o didáctica, usada en la prédica y la composición de sermones y 4) finalmente, la mística o esotérica, que incluye variedades gnósticas, neoplatónicas y cabalísticas1.

El médico francés Jean Astruc, allegado a la corte parisina, hizo publicar en 1753, y en forma anónima, un libro que sugería que Moisés, considerado el autor indiscutido del Pentateuco –los cinco primeros libros del Antiguo Testamento– había escrito el Génesis recurriendo a dos fuentes documentales distintas. Esto ponía en cuestión la noción de que simplemente la inspiración divina hubiese sido la que dictara los textos al oído de Moisés; parecía una afirmación rayana en la herejía y el sacrilegio, contra toda tradición. Astruc hizo una observación sagaz: anotó que Dios es llamado Jehová (Jahvé) en algunas partes y Elohim en otras; advirtió también que existían trozos de cierta dimensión que relataban, repetidos, los mismos hechos y que en cada repetición el nombre de Dios difería, lo mismo que la forma estilística. Concluyó entonces que existían dos documentos previos a la redacción del texto bíblico, de distinta autoría, y denominó a uno de estos documentos, Jehovista (o fuente J) y al otro, Elohista (fuente E). Es sorprendente que se hayan necesitado más de 2.000 años para que un lector hubiera advertido tal cosa; la oración ritualizada no es lo mismo que la lectura analítica2.

El libro Conjectures sur les mémoires originaux dont il parait que Moïse s’est servi pour composer le livre de la Genèse, apareció como publicado en Bruselas aunque en realidad se habría impreso en París.

A pesar del recurso del anonimato, Astruc, católico de origen judío, provocó la inquietud de su amigo el cardenal De Tencin y siguiendo el consejo del prelado publicó las disertaciones Sur la immaterialité et la immortalité de l’âme (París 1755) en demostración devota de ortodoxia; como era de esperar tuvo una acogida indiferente y sólo muchos años después algunos escritores revisaron estos textos.

¿Quién fue Jean Astruc? Había nacido en Sauve, Languedoc, el 19 de marzo de 1684. Hizo sus estudios médicos en la Universidad de Montpellier, donde se doctoró en 1703. En 1710 obtuvo por concurso la cátedra de Anatomía en la Universidad de Tolosa que ocupó hasta que en 1716 sustituyó a Chastelain en Montpellier. Se destacó por sus esfuerzos para combatir la peste que hacía estragos en Marsella; entre 1720 y 1724 polemizó con el Dr. Chirac que negaba que la peste fuera contagiosa. Por entonces el Duque de Orleans lo nombró su médico y se trasladó a París; de allí comienza su relación con la corte.

Fue por un tiempo médico del rey Augusto II de Polonia, que previamente había sido elector de Dresden, abjurado del luteranismo –también Varsovia valía una misa– y ocupado el trono polaco con el apoyo ruso. Para ello se había obligado a abdicar a Estanislao I Leczinski que tiempo después había despojado del trono al que sería paciente de Astruc, con apoyo sueco. Estanislao volvió a abdicar a favor de Augusto II porque los rusos no se resignaron. La brevedad de la actuación de Astruc quizá se haya debido a que la hija de Estanislao I, María Leczinska, se había casado con Luis XV y su situación podía haberse vuelto incómoda. Para cerrar este paréntesis polaco se debe recordar que Estanislao I Leczinski volvió a ser proclamado rey de Polonia con ayuda sueca (1733) para ser derrocado otra vez por los rusos el año siguiente. Astruc había retornado a París en 1730, siendo entonces nombrado médico consultor de Luis XV. Tras ello fue incorporado al Colegio de Francia y, al año siguiente, obtuvo la cátedra de Medicina y Farmacia en la Facultad de París. Se dice que el esplendor que alcanzaron los estudios médicos se debió a los 23 años en los cuales Astruc enseñó en las aulas de la Facultad.

Además de docente dedicado fue reconocido como un agudo investigador, particularmente en el campo de las enfermedades venéreas. Su obra principal se titula De morbus veneris libri IV (París 1736; una edición en español se publicó en Madrid en 1791), y durante muchos años fue considerado el libro de referencia; fue el principal sostenedor del origen americano de la sífilis. Su descripción del sitio de Nápoles, del que luego traduciremos una breve cita, es una de las páginas más pintorescas de la medicina3, 4. Castiglioni dice, en una referencia tan recóndita que es casi inhallable, que Astruc describió la oftalmía blenorrágica5. Traité de la cause de la digestion (hay edición de Tolosa, 1814), Traité des tumeurs et des ulcères (París 1759) Traité des maladies des femmes (París 1761), L’art d’accoucher réduit a ses principes (París 1766) son los títulos más significativos de sus obras. Escribió también Histoire de la faculté de médecine de Montpellier (París 1767), publicado póstumamente, un informe sobre la peste y una historia natural del Languedoc, donde había nacido.

Pero la enumeración de la obra de Astruc sólo nos informa del área de sus intereses y de la razón por la cual es considerado médico y teólogo. Es muy admirado en cuanto al aporte sobre la crítica bíblica moderna pero no es fácil encontrar juicios justificados acerca de su actuación médica. Se dice, por ejemplo, que era seguidor de Boerhave, indicando que se alineaba con la yatromecánica; este término casi no tiene sentido ni es aplicable a la época de Astruc (ni a la de Boerhave).

Los yatromecánicos o yatrofísicos consideraban que los organismos eran asimilables a mecanismos de relojería e intentaban medir lo mensurable en distintas situaciones fisiológicas y clínicas; pesaban al paciente y a sus excretas, contaban la frecuencia de pulso y la respiratoria. Naturalmente no iban muy lejos. En contraste, los yatroquímicos creían que la vida era una sucesión de fermentaciones y transformaciones (¿alquímicas?); no medían nada, pero se referían a la acidez y la alcalinidad como una manera de actualizar la teoría de los humores. Tampoco llegaron lejos. Astruc escribió yatroquímicamente sobre la digestión y nunca olvidó la teoría de los humores; escribió sobre úlceras y tumores, sobre el arte obstétrico... y aquí sí la mecánica tiene algo que ver. En rigor, Boerhave y Astruc comparten una actitud ecléctica en el énfasis puesto en la medicina practicada junto al enfermo y enseñaban junto al enfermo, y tenían cierto desdén por las disertaciones ex-cátedra.

Bouissou6 dice que se atribuye a Astruc la introducción del término reflejo en medicina por 1743; sostiene que no sabiendo como explicar la transformación de una impresión en un movimiento, comparó al fenómeno con un rayo luminoso que se refleja sobre una superficie y que así la palabra reflejo se estableció en la medicina. Pero ¿es así? ¿Qué cosa es la que se refleja y en qué superficie se refleja? Astruc debió ser más astuto que la metáfora óptica tan poco adecuada. En latín –seguramente Astruc fue un buen latinista– reflectere significa doblar, torcer, volver hacia atrás. No se necesitaba superficie para reflejar, sólo la impresión que viene de afuera-adentro y el movimiento que se vuelve atrás, de adentro-afuera; ni rayos de luz ni espejos.

Tengo ante mí dos citas textuales de Jean Astruc, una en inglés7y la otra en español8; traduzco la primera y uso de guía ocasional la segunda; no pude obtener el original en francés por lo que ruego al lector me disculpe. Al principio se refiere al sitio de Nápoles, ya mencionado, del cual tomo la parte más significativa:

«Y por lo tanto no es de ninguna manera extraño que muchos napolitanos se hayan infectado [de los españoles] con el mismo desorden ya que servían bajo los mismos colores y se relacionaban con las mismas mujeres que seguían al campamento. Y por la misma razón el contagio sería prestamente comunicado por unos o ambos a los franceses, y dado que la victoria persistía esquiva y las mismas poblaciones eran tomadas, perdidas y recuperadas por los contendientes, es claro que los franceses también tuvieron contacto con las mismas mujeres que se habían acostado con españoles y napolitanos, y así, la simiente de la enfermedad debe haber pasado de unos a otros».

Es obvio que Astruc cree en el contagio de la sífilis, pero lean lo que escribe más adelante respecto de las hipótesis acerca del mecanismo de contagio (conservo las mayúsculas pintorescas de la versión inglesa).

«Hay algunos, sin embargo, de quienes me abstengo de perder tiempo acusándolos, como ser Augustus Haupman y Christian Langius, que piensan que el Veneno Venéreo no es más que una numerosa cohorte de pequeños y frágiles seres vivos, ágiles e invisibles, pero de Naturaleza muy prolífica que, una vez instalados, se desarrollan y multiplican abundantemente; y forman frecuentemente Colonias en diferentes Partes del Cuerpo; que inflaman, corroen y ulceran las partes donde asientan. Brevemente sostienen sin la adecuada Consideración por la Cualidad particular de ningún Humor, que ocasionan todos los Síntomas que aparecen en la Enfermedad Venérea. Pero como estas son meras Imaginaciones, sin el apoyo de ninguna Autoridad, no se requiere ningún Argumento para invalidarlas... Si se admitiera alguna vez que la Enfermedad Venérea fuese producida por tenues seres vivientes invisibles que nadan en la Sangre, podríamos alegar con igual razón la misma Cosa, no sólo para la Peste, como sostuvieran el Jesuita Athanasius Kircher, hace tiempo, y más recientemente el Franciscano Mendicante John Saguens, sino también para la Viruela, la Hidrofobia, la Sarna, el Herpes y otras Enfermedades contagiosas y, en fin, todas las Enfermedades imaginables; y así la entera Teoría de la Medicina se derrumbaría, ya que nada puede afirmarse para probar que la Enfermedad Venérea depende de pequeños seres vivientes a los que no pueda imputarse también todas las otras Enfermedades que se originarían en similares pequeños seres vivientes, aunque de diferente especie, lo que sería por demás absurdo».

¿No es escalofriante que esta densa prosa se haya escrito un siglo antes de Pasteur? Las mismas razones podrían haberse utilizado en sentido inverso.

De esta manera la personalidad del hombre que fue Astruc aparece enigmática y brillante, una penetrante inteligencia, racional y escéptica, como corresponde a un científico del siglo XVIII, del más alto nivel de complejidad intelectual y claro entendimiento, capaz de deducir rigurosas conjeturas de los hechos inmediatos, pero incapaz de perseguir hechos y objetos ocultos pero deducibles de conjeturas (hipótesis); quizás porque vivía en un siglo que no podía comprender que la realidad es un inestable edificio que se construye con hechos y conjeturas. ¿O sería Astruc un ofuscado egoísta, ligeramente perverso, que rechazaba toda conjetura ajena, no elaborada por su sobrevalorado cacumen? Murió el 5 de mayo de 1766.

Lo que nos trae a nuestro propio tiempo y al velado tono de desilusión médica por lo que parece ser el fracaso de las esperanzas puestas en la terapia génica, prometida en la última década. Mary Midgley9 dice que «muchas esperanzas ofrecidas pueden desilusionar, como sucedió con los antiguos milagros tecnológicos y las ilusiones puestas en el dominio de las fuerzas nucleares». La idea de algenia –que corresponde a la de la alquimia– se refiere a una concepción mágica de la genética y al endiosamiento del presunto dominio de las fuerzas evolutivas y puede tener algún viso de verdad en algunos delirantes biólogos, pensadores e ideólogos de la ciencia, tal como lo plantea la filósofa; pero esto no será un obstáculo para que eventualmente se obtengan medios terapéuticos eficaces. Aunque tarden tanto como el tiempo que va desde Jean Astruc a Louis Pasteur.

Para concluir, como en los apólogos del Infante Don Juan Manuel en el Libro de los exemplos del conde Lucanor, hay una medida de arrogancia en suponer que todo lo posible se hará realidad, pero pretender que lo razonable es imposible puede parecer tonto e insolente... cien años después.

 

Samuel Finkielman

Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari,

Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires

e-mail: revned@intramed.net.ar

  1.   Llnk P. Manual enciclopédico judío. Buenos Aires, Editorial Israel, 1950.

  2.   Riedel E, Tracy T, Moskowitz BD. The book of the Bible. Toronto: Bantam Books, 1981.

  3.   Enciclopedia Italiana di scienze, lettere ed arte. Enciclopedia Italiana fondata de Giovanni Trecani, Roma 1949.

  4.   Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. José Espasa e hijos. Barcelona, sin año.

  5.   Castiglioni A. Storia della medicina. Milano: Mondadori 1936.

  6.   Bouissou R. Histoire de la médecine. París: Larousse 1967.

  7.   Haggard HW. Devils, drugs and doctors. New York: Pocket Books 1946.

  8.   Walker K. Historia de la medicina. Traducción J Corbella. Barcelona: CREDSA 1966.

  9.   Midgley M. Biotechnology and monstrosity. Hastings Center Report 2000; 30: 7-15.

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Most sciences, at their inception, have been connected with some form of false belief, which gave them fictitious value. Astronomy was connected with astrology, chemistry with alchemy. Mathematics was associated with a more refined type of error. Mathematical knowledge appeared to be certain, exact, and applicable to the real world; moreover it was obtained by mere thinking, without the need of observation. Consequently, it was thought to supply an ideal, from which every-day knowledge fell short. It was supposed, on the basis of mathematics, that thought is superior to sense, intuition or observation. If the world of sense does not fit mathematics, so much worse for the world of sense. In various ways, methods of approaching nearer to the mathematician’s ideal were sought, and the resulting suggestions were the source of much that was mistaken in metaphysics and theory of knowledge. This form of philosophy begins with Pythagoras.

 

La mayoría de las ciencias, en sus comienzos, han estado conectadas con alguna forma de falsa creencia que les dio un valor ficticio. La astronomía estuvo conectada con la astrología, la química con la alquimia. La matemática estuvo asociada con un tipo de error más refinado. El conocimiento matemático parecía ser cierto, exacto y aplicable al mundo real, más aún, fue obtenido meramente pensando, sin necesidad de la observación. Consecuentemente, se pensó que proveía un ideal, al cual el conocimiento diario no llegaba. Se suponía, basándose en la matemática, que el pensamiento es superior a los sentidos, la intuición y la observación. Si el mundo de los sentidos no se acomodaba a la matemática, tanto peor para el mundo de los sentidos. De varias maneras se buscaron métodos de aproximación lo más cercanos posible al ideal de la matemática y las sugestiones que resultaron fueron la fuente de mucho de lo errado en metafísica y teoría del conocimiento. Esta forma de filosofía comienza con Pitágoras.

 

Bertrand Russell (1872-1970)

 

History of Western Philosophy (1945), 2nd edition, London: Unwin, 1980, p 53-4