8° CONGRESO INTERNACIONAL DE MEDICINA INTERNA
del Hospital de Clínicas
Buenos Aires, 28-31 agosto 2000
TERAPIA HORMONAL Y CAMBIOS LIPIDICOS
ANTONIO CANO SANCHEZ
Facultad de Medicina,
Universidad de Valencia. España
La enfermedad cardiovascular (ECV), especialmente la enfermedad
cardiaca coronaria (ECC) como su forma más letal y frecuente, es la
primera causa de mortalidad en la mujer, sumando más muertes que la
combinación de cáncer, accidentes y diabetes juntos1. Con cada
década que se suma a la edad, la tasa de mortalidad por ECC aumenta
entre 3 y 5 veces. Igualmente, debe subrayarse que el 40% de todos
los procesos coronarios son fatales en la mujer, y que un 67% de
todas las muertes súbitas ocurren en mujeres sin historia previa de
ECC. Junto al factor mortalidad, la ECV es también la primera causa
de morbilidad, esencialmente incapacidad, que oscila entre el 36% en
mujeres de 55 a 64 años y el 55% en mujeres de 75 ó más años.
Las cifras son aún más dramáticas si solo se considera al ictus,
que constituye la primera causa de incapacidad grave en hombres y
mujeres, con un 62% y un 61% para iguales franjas de edad,
respectivamente2.
La actuación preventiva sobre ECV se ha configurado como la
estrategia más eficiente para controlar el problema. Resulta
evidente, por otro lado, que la prevención, sea primaria o
secundaria, pasa por un adecuado control de los factores de riesgo.
El metabolismo lipídico ha sido considerado como uno de los
principales factores de riesgo en la patología cardiovascular. Hay
una relación directa entre la concentración de colesterol total en
plasma y la probabilidad de contraer la enfermedad. Esta
constatación está complementada por dos hallazgos, el primero, la
existencia de una relación directa entre colesterol vehiculizado
por las LDL y ECV, y el segundo, la relación inversa entre la
concentración de colesterol transportado por las HDL y el
desarrollo de arteriosclerosis3. Por otra parte, se ha descrito que
con el mismo rango en la concentración de colesterol total, de
colesterol-LDL y de colesterol-HDL, el riesgo aumenta en los
individuos hipertrigliceridémicos respecto a los
normotrigliceridémicos4.
Puesto que el equilibrio lipoproteico aparece como un claro factor
de riesgo de ECV, buena parte de los esfuerzos encaminados a
desentrañar el mecanismo protector observado para la función
ovárica se ha dirigido a estudiar la dependencia entre ésta y el
metabolismo de lípidos.
Acción de las hormonas sobre el metabolismo lipídico
Hay evidencias que ligan las diferencias de patrones lipídicos
con sexo y edad5. En las mujeres, los triglicéridos aumentan con la
edad, mientras que en los hombres se mantienen estables al alcanzar
edades entre 45 y 49 años. Sin embargo, los niveles de LDL son
permanentemente más bajos en la mujer hasta la edad de los 55
años, momento en que alcanzan y llegan a superar a los encontrados
en el hombre. De forma similar ocurre con los niveles de colesterol
total. Al margen de la influencia de otras variables, se ha
hipotetizado que el equilibrio esteroideo gonadal podría influir en
estas diferencias.
La acción de esteroides es particularmente clara en el caso de los
estrógenos, que actúan a distintos niveles del metabolismo
lipoproteico6. Éste resulta de un adecuado equilibrio entre dos
vías fundamentales, la exógena, encargada de aportar grasas,
esencialmente en forma de quilomicrones, al hígado a partir de la
dieta, y la endógena, que distribuye grasa hacia los tejidos
periféricos a partir de grandes partículas de muy baja densidad
(VLDL). El hígado produce VLDL para proporcionar triglicéridos a
los tejidos periféricos, gracias a la acción de la
lipoprotein-lipasa (LPL), una enzima unida a las células
endoteliales de los capilares extrahepáticos. La LPL hidroliza a la
VLDL, convirtiéndola en partículas progresivamente menores y más
densas, las denominadas partículas de densidad intermedia (IDL)
primero, y LDL después.
Es una observación ampliamente confirmada que el hígado es un
tejido diana de estrógenos. La magnitud del efecto estrogénico,
sin embargo, depende de la dosis, la vía de administración, y la
duración del tratamiento. En realidad, dosis y vía de
administración constituyen variables equiparables, pues las
diferencias observadas entre la vía oral y la transdérmica, por
ejemplo, se interpretan en términos de dosis recibida por la
célula hepática. En efecto, las modificaciones lipídicas son más
claras en la estrogenoterapia oral, pero en buena parte ello se debe
a que, como resultado del metabolismo inherente a esa vía, la masa
de hormona que se distribuirá en periferia debe pasar antes por el
hígado a través de la vena porta. En consecuencia, la dosis
recibida por cada hepatocito supera considerablemente a la que llega
a las células periféricas. La duración del tratamiento es
también relevante, pues observaciones recogidas a partir de
estudios con estrógeno transdérmico han confirmado que los cambios
en el metabolismo lipídico sólo comienzan a hacerse claros tras
varios meses de tratamiento.
Con los matices que se acaban de expresar, lo cierto es que, a
partir de ciertas dosis, los estrógenos se asocian a aumento en la
producción hepática de VLDL. no adecuadamente compensada con su
depuración periférica, lo que se traduce en hipertrigliceridemia,
observada preferentemente en la estrogenoterapia oral. Este aumento
se acompaña del de apoproteínas B y E (apos B y E). El aumento de
VLDL, sin embargo, no es seguido del de LDL, como correspondería
esperar de lo dicho antes acerca del metabolismo periférico de
VLDL. Entre otras posibles razones, los estrógenos potencian la
oferta de receptores para las apos B y E en el hígado, lo que
contribuye a una optimización del proceso de drenaje de LDL, de
manera que paradójicamente, el uso de estrógenos se asocia a una
reducción en la concentración del colesterol-LDL circulante.
Algunos investigadores han propuesto incluso una reducción
dependiente de estrógenos en la actividad de la
hidroxi-metil-glutaril-CoA-reductasa, pieza clave en la síntesis
endógena del colesterol.
Los estrógenos también estimulan la producción hepática de
apoproteína A1, elemento clave en la síntesis de HDL. Estas
partículas se constituyen en forma de HDL3 en la periferia, a
partir de colesterol excedente en los tejidos, en buena medida
aportado por la lisis de partículas de VLDL, convirtiéndose
finalmente en partículas de HDL2. La buena oferta de apo A favorece
la producción de HDL, adicionalmente potenciada por una probable
reducción en su digestión hepática.
En su conjunto, por tanto, y más claramente para la vía oral que
para la transdérmica, la estrogenoterapia se asocia a reducción en
el colesterol total y en colesterol-LDL, aumento en colesterol-HDL,
y leves incrementos en triglicéridos7. Globalmente, se trata de un
patrón lipídico favorable, acorde con disminución de riesgo de
arteriosclerosis.
Los gestágenos siguen, en cuanto a la magnitud de sus efectos, una
dependencia paralela en cuanto a dosis, duración del tratamiento,
vía de administración, y principalmente, tipo de preparado6. El
grupo de gestágenos derivados de la nortestosterona, donde el más
popular en terapia hormonal de sustitución (THS) es sin duda el
acetato de noretisterona, revierte en general los efectos descritos
para los estrógenos. También lo hacen, aunque en forma más leve,
los derivados de la progesterona, mientras que la progesterona
natural micronizada parece casi neutra. Sin embargo, esta
negativización de la ventaja estrogénica solo resulta perceptible
a partir de umbrales de dosis superiores a los mínimos requeridos
en THS. Cada vez resulta más evidente que el control de la
proliferación endometrial dependiente de estrógenos, principal
motivo para el uso de gestágenos, se consigue con dosis bajas de
gestágeno, siempre que se mantenga un patrón de cierta continuidad
en la exposición a los mismos. Por tanto, hemos asistido en los
últimos años a una desactivación considerable del papel negativo
de los gestágenos.
Acciones de las hormonas sobre otros parámetros de LDL.
Oxidación
La relación entre colesterol y arteriosclerosis está, de
acuerdo a diversos hallazgos experimentales, mediada por la
transformación de las partículas de LDL como consecuencia,
particularmente, de la oxidación de sus ácidos grasos. La
oxidación de LDL está relacionada con alteraciones de las
propiedades tanto morfológicas como vasomotoras del árbol
vascular, que conducen al desarrollo de arteriosclerosis.
Entre los efectos atribuidos a la LDL oxidada destacan8, 9: 1) la
inducción de moléculas de adherencia como VCAM-1 y selectinas, 2)
la estimulación de distintos factores de crecimiento y
quimioquinas, 3) la proliferación de células musculares lisas
vasculares y monocitos, 4) la actividad quimiotáctica sobre
monocitos, estimulando su unión al endotelio, 5) la inhibición de
migración de macrófagos, y 6) la formación de células espumosas.
La LDL oxidada pierde afinidad por el receptor nativo y la aumenta
por receptores presentes en la membrana de macrófagos. Estos
receptores, denominados «barrenderos» o «scavengers», incorporan
LDL oxidada en su interior la cual, debido a la incapacidad
macrofágica para degradarla, acaba acumulándose y originando las
denominadas células espumosas.
Los estrógenos demuestran cierta capacidad antioxidante a través
de la porción hidroxilo fenólica que en su molécula constituye el
anillo A. Se trata de un efecto no mediado por receptor, pues se
mantiene cuando se emplea una molécula derivada de estradiol que no
se combina con el receptor estrogénico. Esa propiedad justifica que
se les haya atribuido una cierta participación en la inhibición de
oxidación de LDL, lo que se demuestra claramente en estudios in
vitro. Si ello es o no así in vivo, queda actualmente en la duda,
con estudios que la confirman cuando en sangre circulan
concentraciones fisiológicas de la hormona, y otros que no.
Tamaño de partícula
Las partículas de LDL no son homogéneas, sino que presentan
variaciones en cuanto a tamaño, densidad y composición lipídica.
De hecho, se ha descrito la existencia de siete subespecies, cuyo
diámetro oscila entre 27.5 nm y 21.8 nm10. El potencial
aterogénico de unas y otras es distinto, siendo las pequeñas las
más nocivas. Concretamente, a medida que su tamaño se reduce,
ganan en susceptibilidad para oxidarse, en capacidad para unirse a
los proteoglicanos de la pared arterial y a células del torrente
sanguíneo, y pierden en afinidad por receptores de LDL.
De acuerdo con esas diferencias entre partículas, se ha encontrado
que en la ECC prematura hay concentraciones más altas de
partículas pequeñas y densas. Igualmente, la postmenopausia supone
un aumento en la población de partículas de LDL pequeñas11, un
hallazgo que también se asocia a un aumento en los niveles de
triglicéridos. De hecho, algunos autores establecen una relación
causal, donde el aumento de triglicéridos sería el condicionante
de la reducción en el tamaño de las LDL12.
Hay discrepancias acerca del papel de los estrógenos sobre el
patrón de tamaño de la LDL circulante. Aunque la reducción en
tamaño observada en la postmenopausia podría tomarse como un
indicador en favor de un efecto contrario tras la administración
estrogénica, los estudios disponibles discrepan entre sí.
Experimentos más sofisticados sobre cinética de partículas
concluyen que la aparente fallida reducción de partículas
pequeñas de LDL está mediada por su menor afinidad por el receptor
de LDL. Concretamente, los estrógenos aumentan la población de
receptores de LDL, a los que se unirían con más afinidad las
partículas más grandes; las partículas más pequeñas se
acumularían por tanto, dando así la falsa impresión de un
aumento13.
Otros efectos de las hormonas sobre metabolismo lipídico:
lipoproteína (a)
La lipoproteína (a) [Lp(a)] se parece estructuralmente a la LDL,
pero en ella la apo B está unida covalentemente a otra
apoproteína, denominada apo (a). La Lp (a) comparte con la LDL el
potencial aterogénico, pues como ella, puede atravesar el endotelio
y acumularse en la íntima. Sin embargo, la Lp (a) presenta un
interés adicional, pues puede interferir en los procesos
fibrinolíticos. El fundamento está en la apo (a), cuya estructura
es muy similar a la del plasminógeno, de suerte que puede
sustituirle en su unión a la enzima activadora del plasminógeno,
impidiendo la génesis de plasmina.
Diversos grupos han encontrado que la menopausia, natural o
quirúrgica, se asocia con aumento en los niveles circulantes de Lp
(a), lo que resulta revertido tras la THS14. Sin embargo, el
mecanismo por el que los estrógenos regulan los niveles de Lp (a)
es desconocido. Hay actualmente gran interés por desvelar la
magnitud del potencial antifibrinolítico de las distintas isoformas
de Lp (a), y su eventual regulación diferencial por los
estrógenos15.
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