8° CONGRESO INTERNACIONAL DE MEDICINA INTERNA
del Hospital de Clínicas
Buenos Aires, 28-31 agosto 2000
ACCIDENTES VASCULARES ENCEFALICOS (AVE) DE LA ENDOCARDITIS
BACTERIANA (EB)
FERNANDO DIAZ GREZ
Sociedad de Neurología,
Psiquiatría y Neurocirugía. Santiago de Chile. Chile
La EB con evolución
espontánea tiene prácticamente 100% de mortalidad. Los
antibióticos permiten la erradicación de la infección en más del
90% de los casos, pero los índices de real recuperación alcanzan
sólo alrededor del 70%. El más importante factor en el pronóstico
es el tratamiento precoz.
Las complicaciones vasculares en la EB aparecen en alrededor de 15%
de los casos, predominando la patología oclusiva. A veces son la
primera manifestación que orienta al diagnóstico de la enfermedad
de base.
El común denominador de ellas clásicamente radica en émbolos
sépticos desprendidos habitualmente de vegetaciones de válvulas
previamente dañadas por la Enfermedad Reumática (ER), o de una
cardiopatía congénita, siendo todo lo anterior especialmente
válido para las formas subagudas de la afección (EBSA)
relacionadas a gérmenes de baja virulencia, temibles por su actuar
solapado, progresivo, sumatorio. La invasión de válvulas sanas es
infrecuente, propia de gérmenes de alta virulencia y de las formas
agudas de la endocarditis (EBA).
Haciendo excepción al origen embólico, están, al parecer con baja
frecuencia, el compromiso arterial secundario a propagación desde
un foco séptico inmediatamente externo a ella, o que se trate de un
compromiso inflamatorio inmunológico responsable de la estenosis u
oclusión arterial.
El accidente vascular oclusivo, por émbolos únicos o múltiples se
manifestará agudamente con uno o más empujes, por alteración de
conciencia, ocasionalmente crisis convulsivas y dependiendo los
signos deficitarios encefálicos del sitio de la oclusión, su
eventual migración, la circulación colateral, el carácter blanco
o hemorrágico del infarto. La presencia de signos meníngeos puede
acompañar al cuadro anterior, ya sean secundarios al componente
hemorrágico o de repercusión simpática en este último
compartimiento.
Las oclusiones dependen del tamaño inicial del émbolo o su
posterior fraccionamiento, y pueden comprometer desde pequeñas
arteriolas hasta arterias de grueso calibre, como es el caso de la
carótida interna. La manifestación más común es la
correspondiente al infarto, pero ocasionalmente el cuadro puede ser
similar a una crisis isquémica transitoria o expresar un episodio
confusional.
A lo anterior hay que agregar la posibilidad de que a partir de la
oclusión embólica se genere posteriormente un aneurisma micótico
agregando otro factor a considerar en el pronóstico.
La vasculitis también existe. Puede aparecer como alteración
neurológica focal tardía. En el estudio anatomopatológico
corresponde a una endoarteritis proliferativa. Esta ha tenido su
origen en el sitio de un émbolo séptico que ha dado origen a un
proceso inflamatorio con reacción proliferativa lentamente
progresiva y que puede llevar a la oclusión del vaso. Tal vez este
proceso pueda ser más frecuente de lo que se ha comunicado, y
muchos de los cuadros atribuidos a infartos embólicos puedan
corresponder más bien a una trombosis secundaria a la endoarteritis
proliferativa, especialmente cuando el déficit neurológico ha sido
de instalación gradual. También es posible que algunas de las
oclusiones vasculares encefálicas correspondan a vasculitis por
complejo inmune, extrapolando la interpretación que reemplaza a las
embolizaciones periféricas por esta etiología, como
interpretación de alteraciones tales como las manchas de Roth,
lesiones de Janeway, nódulos de Osler, petequias y
glomerulonefritis prolife-rativa , como ha sido propuesto por
Lerner.
El estudio imagenológico con tomografía computada (TC), resonancia
nuclear magnética (RM) y la angio-grafía, sea en el programa RM de
preferencia o del tipo invasivo, permiten mayor información acerca
del infarto, repercusiones del vaso comprometido y de eventuales
patologías asociadas.
El tratamiento anticoagulante (TAC) está proscrito, no sólo por
razones teóricas, de las cuales la principal es la especial
naturaleza del émbolo, sino por experiencias controladas con
resultados desastrosos. Sólo se continúa el TAC cuando se trata de
válvulas protésicas, siguiendo el principio del mal menor.
El tratamiento es el de la EB, medidas de sostén y recambio de
válvulas en ciertos casos. A lo anterior debe agregarse el
tratamiento de la enfermedad de base, activa o secuelar en la que la
EB se injerta.
El tratamiento profiláctico de nuevos episodios de EB es
imperativo.
Los accidentes vasculares hemorrágicos pueden ser del tipo
hemorragia subaracnoidea (HSA), hemorragia cerebro-meníngea,
hemorragia intraparenquimatosa que puede oscilar desde petequias
múltiples hasta un gran hematoma, y el hematoma subdural
espontáneo.
Representan, en general, la complicación neurológica más grave y
mortal.
La gran mayoría son secundarios a la ruptura de un aneurisma
micótico (AM), pero existiendo también la rotura directa de la
arteria, especialmente cuando se relaciona a gérmenes de alta
virulencia.
El término micótico con que se nombra a estos aneurismas fue
primeramente utilizado por Osler a fines del siglo XIX, por el
aspecto macroscópico similar a una pequeña callampa, con que
aparecían en la necropsia. No apunta a que el germen causal sea un
hongo, sino a su carácter infeccioso. De hecho, la etiología
fúngica de estos aneurismas es excepcional. Los gérmenes más
frecuentemente observados son estreptococos del grupo viridans en
las EBSA y estafilococo en las EBA dentro de una gran variedad de
otros gérmenes.
Dos fuentes de infección cada vez más importantes en nuestra era
son el uso cotidiano en medicina de catéteres, y la drogadicción.
Los aneurismas micóticos son anormalidades en la pared arterial
secundarias a émbolos infectados. El material embólico ocluye los
vasavasorum, permitiendo la destrucción inflamatoria que debilita
la pared del vaso y lleva a la dilatación aneurismática y eventual
ruptura, o bien el émbolo ocluye directamente el lumen vascular
siendo la oclusión bacteriana directa. Son, por lo tanto, muy
frágiles. La arteritis es bastante localizada.
Son en general de pequeño a mediano tamaño, oscilando en general
entre 3 y 12 mm de diámetro, habitualmente esféricos, sin cuello,
múltiples, la mayoría de localización periférica en ramas
distales, en franca oposición a los congénitos, y principalmente
en el territorio de la arteria cerebral media. La ubicación hacia
la periferia es el pilar del diagnóstico y obliga a afirmarlo
mientras no se demuestre lo contrario. Si aparecen en el sitio
habitual de los aneurismas congénitos, siempre surge la duda de si
estos últimos secundariamente se infectaron o si fueron
primariamente micóticos. Como diagnóstico diferencial
angiográfico deben considerarse los aneurismas o pseudoaneurismas
traumáticos, los de la periarteritis nodosa, del mixoma auricular,
algunos ateroescleróticos y los varios casos de los aneurismas
micóticos no relacionados a la EB sino a meningitis purulenta o
tuberculosa.
Ellos, en sí, no dan síntomas antes de romperse.
Son rápidos en generarse, alrededor de 48 horas. Hay casos que
pueden desaparecer con el tratamiento antibiótico exclusivo, aunque
demorando para ello varias semanas e incluso meses.
La rotura es violenta dando lugar a un cuadro gravísimo, que dejado
a su haber tiene una mortalidad que oscila entre el 50 y 90% en
series de la era antibiótica. Parece ser mayor cuando la rotura del
aneurisma es la primera manifestación de la EB. El ideal sería
conocer su presencia antes que se rompiera.
Es perentorio el diagnóstico precoz, tanto para tratar la EB,
cuando su debut ha sido este AVE, así como para tratar, en lo
posible, quirúrgicamente el aneurisma. Si bien algunos AM
desaparecen con el tratamiento antibiótico, son muchos más los que
no lo hacen y se rompen. El peligro de la ruptura aneurismática
persiste en la espera y ocurre más frecuentemente entre el 18° y
30° día en las endocarditis tratadas. Por otro lado, la ruptura
tardía en pacientes que tuvieron EB bien tratadas es excepcional.
Actualmente, la mayoría está a favor de su escisión o ligadura
tan pronto se haya hecho el diagnóstico si son únicos y
localizados en ramas distales, con lo que se ha obtenido un descenso
significativo de la mortalidad. En los situados en el polígono de
Willis o en sus cercanías, afortunadamente los menos frecuentes
debe mantenerse una conducta expectante, intenso tratamiento
antibiótico y seguimiento angiográfico, ya que son muy friables y
la intervención en esas condiciones ha resultado nefasta. Con la
espera bajo antibióticos, además de la posibilidad de que
desaparezcan, se logra en alrededor de un mes la fibrosis de la
pared del aneurisma, lo que permite el clipaje directo. Últimamente
se han comunicado casos de abordaje endovascular con buenos
resultados. Con los aneurismas múltiples distales, si están muy
próximos, la conducta quirúrgica también es inmediata, y si
están distantes, en el mismo o diferentes hemisferios, pueden
operarse en dos o más tiempos si las condiciones lo permiten,
alternativa más segura que la espera bajo control angiográfico de
la eventual curación con el tratamiento médico posponiendo en
semanas la cirugía.
Cuando en un paciente con AM cerebral se plantea con urgencia una
operación valvular cardiaca, hay consenso en que deberá operarse
primero el aneurisma, ya que el TAC que se indica a continuación de
la cirugía cardiaca tiene un muy alto riesgo de sangramiento del
aneurisma.
Nuestra casuística de 13 pacientes con AM reunidos a través de
muchos años, la segunda más amplia de los casos comunicados, es un
buen ejemplo de lo que puede verse en un Servicio de Neurología y
Neurocirugía inserto en un Hospital General. En todos los enfermos
se estableció la relación causal con la EB, por los antecedentes
clínicos, de laboratorio y/o estudio anatomopa-tológico. Los AM
fueron más frecuentes en adultos jóvenes con predominio del sexo
femenino, de localización en ramas distales (75%), múltiples: 2 ó
3 (53%). En el 69,5% se encontraron en la arteria cerebral media, en
el 7,6% en la arteria cerebral posterior, en 15,3% en arteria
cerebral media + arteria cerebral posterior, en 7,6% en sifón
carotídeo y ninguno en la cerebral anterior. Hubo 6 hemorragias
cerebromeníngeas, 4 HSA, 2 hematomas subdurales, y el aneurisma del
sifón fue un hallazgo en un infarto embólico, sin romperse, en un
seguimiento cercano al mes.
Todos los aneurismas micóticos fueron pesquisados postruptura,
salvo uno.
Con el tratamiento médico se logró disminución del tamaño de dos
aneurismas del mismo paciente y de-saparición en otro. Murieron 6
de 8 enfermos.
El tratamiento quirúrgico se practicó en 5 casos, de los cuales 2
fallecieron. En 4 se extirparon o cliparon los aneurismas únicos y
distales, y además se vaciaron 2 hematomas subdurales. En otro, con
2 aneurismas silvianos, sólo se hizo el vaciamiento de un extenso
hematoma parenquimatoso temporoparietooccipital agudo, caso que
falleció a las 3 horas del postoperatorio. De los operados
sobrevivientes, 2 requirieron de cirugía cardíaca posterior. Uno
de ellos con 21 años desde la operación del aneurisma la requirió
en forma tardía. El otro, que la necesitaba con urgencia cuando se
produjo la complicación neurológica por insuficiencia cardíaca
rebelde a tratamiento con frecuentes y graves embolias sistémicas
se le operó primero el AM.
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