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La concepción
universitaria de Eduardo Braun Menéndez
Guillermo Jaim
Etcheverry
Departamento de Biología Celular e Histología, Facultad
de Medicina, Universidad de Buenos Aires
Al cumplirse treinta años de la muerte de Eduardo Braun
Menéndez en 1989, siendo entonces decano de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Buenos Aires, me propuse que la
institución recordara una figura de singular trascendencia para
su historia. Inicialmente consideré la posibilidad de editar sus
escritos sobre cuestiones relacionadas con la educación
universitaria, textos dispersos que conseguí reunir no sin
dificultades. Después de leerlos, me interesó saber cómo era en
realidad el Braun Menéndez persona de quien me hablaban con
respeto y consideración, en inesperada coincidencia, personas
provenientes de las más opuestas vertientes ideológicas.
Conversé con muchos de quienes habían compartido su tarea
científica, sus luchas universitarias, en fin, horas de su vida.
Así nació la idea de organizar una espontánea colección de
retratos, recuerdos que, al cabo de tantos años, se escondían en
la memoria de sus amigos, sus compañeros y discípulos en el
laboratorio y quienes participaron con él en el gobierno de
nuestra facultad y de la universidad. Como resultado de esa
apasionante aventura de exploración del pasado, que me permitió
atisbar las múltiples y ricas facetas de una personalidad
singular, se publicó un pequeño volumen reuniendo esos retratos
que fue presentado en oportunidad de la reunión académica
durante la que recordamos su memoria en aquella ocasión.
De la lectura de esas páginas, surge la convicción compartida
por muchos de quienes lo conocieron que, de no haber muerto Braun
Menéndez prematuramente a los 56 años de edad en un trágico
accidente de aviación, la evolución de nuestra historia hubiera
sido diferente. Lo resume muy bien Alberto Agrest cuando señala:
«Con la desaparición de Braun Menéndez, la Facultad de Medicina
perdió a la única persona con el conocimiento, la convicción y
el poder para evitar que cayera en una mediocridad de la que
ningún otro podía sustraerla. No hubo, a mi entender, ningún
otro que reuniera estas cualidades en tal magnitud que le hubiera
permitido hacer de la Facultad de Medicina de Buenos Aires, una
institución de la que los argentinos pudiéramos estar
orgullosos»1. No es ése poco reconocimiento a la significación
de la vida de un hombre.
Retomé esa idea al concluir la presentación del volumen citado
cuando dije: «Este homenaje, que comenzó en forma algo
imprecisa, fue adquiriendo una definida intención. La de
rescatar, a través de la evocación de Braun Menéndez, el
sentido de lo que podría haber llegado a ser la universidad
argentina. Y viendo lo que aún no ha sido, la de comprometer a
nuestra generación, de cara al siglo, en su acelerada
construcción».
La conmemoración del 60º aniversario de la fundación de
Medicina (Buenos Aires), de cuyo Comité de Redacción formó
parte Braun Menéndez desde 1944, me brinda ahora la oportunidad
de intentar completar la tarea que hace una década dejé
inconclusa: el análisis de su pensamiento en materia
universitaria. Se trata sólo de un intento de rescatar algunas de
las ideas centrales que expuso a lo largo de su vida en torno a
estas cuestiones que, como queda dicho, han ejercido una profunda
influencia en nuestra universidad. Confío en que esta apresurada
mención estimule al lector a acercarse a las publicaciones
originales para bucear en el amplio ideario del autor, que
sintetiza en su persona los mejores valores de nuestra
universidad. Sus concepciones resumen la tarea pendiente que
resulta oportuno recordar al iniciar un nuevo siglo pues, como
afirmó Alfredo Lanari al despedir los restos de Braun Menéndez,
«su ejemplo nos servirá para continuar en la reconstrucción
científica y moral que tanto necesita la universidad de éste,
nuestro pobre país»1.
Las universidades privadas, institutos de investigación2-5
En la edición del 6 de septiembre de 1945 del diario «La
Nación», se lee la siguiente noticia: «El Dr. Eduardo Braun
Menéndez ocupó ayer la tribuna del «Instituto Popular de
Conferencias», en la sala de fiestas de nuestro colega «La
Prensa», para disertar sobre el tema «Universidades no oficiales
e institutos privados de investigación científica». Su
conferencia –se consigna– fue largamente aplaudida por el
numeroso y selecto auditorio».
Más allá de tales apuntes sociales, es en esa disertación donde
se encuentra el germen del pensamiento que posteriormente Braun
Menéndez expondría en diversos artículos publicados en Ciencia
e Investigación entre 1955 y 1958. Esta fue la revista que fundó
en 1945 para difundir las ideas que servían de base a la
Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias,
institución en cuya creación y actividad tuvo un decisivo
protagonismo. Durante el período citado, Braun Menéndez
participó activamente en los órganos de conducción de la
Facultad de Medicina y de la Universidad de Buenos Aires.
Sorprende comprobar la poderosa influencia que ejerció en tan
breve lapso sobre la estructura de ambas instituciones y el
impacto que sus ideas tuvieron en muchas de las trascendentes
decisiones que en ellas se adoptaron durante uno de los períodos
más originales y creativos de su accidentada historia reciente.
En la conferencia citada, Braun Menéndez comienza su exposición
con un documentado análisis de las contribuciones que las
instituciones de investigación realizaron tanto al progreso de
los distintos países centrales como al mejoramiento de su
enseñanza superior. A este respecto, analiza detenidamente el
impacto que ejerció la creación de la Universidad Johns Hopkins
en los EE.UU. en la modernización de la enseñanza de la
medicina. Con similar propósito, describe la constitución en
1911 de la Sociedad Kaiser Guillermo para el adelanto de las
ciencias de Alemania y reseña su evolución posterior.
El núcleo central de la conferencia se encuentra, sin embargo, en
la propuesta de creación de una universidad privada en base a la
reunión de institutos de investigación científica. Dice: «La
que oso describir es, como la utopía de Tomás Moro,
absolutamente imaginaria, aunque no tan irrealizable como el país
descripto por el fantástico Hiptoldeo». Uno de los elementos
centrales en la concepción de Braun Menéndez, reside en la
importancia central que asigna a la investigación científica en
la misión de la universidad, institución creada, dice junto con
Sir William Osler, «para enseñar y para pensar», pues, «el
deber que incumbe al cuerpo de profesores es el de ampliar los
límites del conocimiento humano». No es por ello casual la frase
con la que inicia la descripción de su universidad utópica: «Su
objeto principal ha de ser el de buscar la verdad».
Sostiene que no existe universidad sin investigación y, por ello,
si bien alienta la formación de instituciones privadas, considera
que éstas sólo tienen sentido en la medida en que estén basadas
en la creación de conocimiento y no se propongan solamente ser
meras escuelas profesionales. Asigna una trascendencia singular al
aporte que, para la concreción de este proyecto, representan los
capitales provenientes de las distintas empresas del país,
interesadas en que éste cuente con centros dedicados a la
generación de nuevos conocimientos. Dice al respecto: «La
creación de una universidad libre basada en institutos de
investigación debe ser obra... de las llamadas fuerzas vivas del
país. Si éstas no despiertan y comprenden que su papel consiste
en crear riqueza –riqueza artística, intelectual, moral y
material– verán a un estado burocrático absorber poco a poco
todas las actividades que legítimamente les corresponden y
terminarán por no hacer siquiera dinero, con lo cual
desaparecerán como fuerza». Es éste un claro programa de
acción que nuestra clase dirigente aún no ha asumido en
plenitud.
La activa participación de Braun Menéndez en el polarizado
debate universitario de fines de la década de 1950, estuvo
permanentemente centrada en la defensa de esta idea. La resumía
así: «En nuestro país, si ha de hacerse una universidad
privada, debe empezarse por lo más difícil; por la excavación y
los pilares; es decir, por los gabinetes, laboratorios y
bibliotecas, pequeños, modestos si se quiere, pero ocupados por
hombres de grande, de indiscutible categoría universitaria,
aunque sean pocos en número. He ahí el nudo de la cuestión. Lo
que da el tono de la universidad, su sostén, su potencial, es el
profesor. No me refiero al que va y dicta unas conferencias o
tantas clases por semana. Me refiero al verdadero profesor, que
vive, piensa, trabaja y enseña en la universidad». Es la persona
que crea y enseña la que constituye el fundamento de la
universidad. Concluye, acertadamente, que «en nuestro país,
puede decirse que nunca ha habido una universidad auténtica...
las nuestras son, como afirma Ortega, instituciones al revés».
Esta concepción de la «universidad invertida, la torcida, la
sofisticada, la falsa, la creada por decreto», constituye aún
hoy una proposición fecunda para encarar el análisis del estado
de nuestras instituciones de educación superior.
Los títulos habilitantes y la universidad6
Vinculado con esta cuestión, surge entonces el debate acerca
del otorgamiento de los títulos habilitantes por parte de la
universidad. A propósito de la polémica generada en 1956 sobre
este tema señala: «Estas dos palabritas (títulos habilitantes)
son las que han provocado la inquietud y las protestas de quienes
ven con recelo la creación de universidades privadas y el
entusiasmo desmedido y el apuro de quienes creen que puede hacerse
aparecer una universidad por arte de encantamiento. Unos y otros
incurren en el gravísimo error de confundir universidad con
escuela profesional y de creer que es propio de la universidad el
conferir títulos habilitantes».
Reivindica para el Estado la responsabilidad de interesarse por la
idoneidad de quienes ejercen las profesiones en las que la salud,
la seguridad o los bienes de los habitantes están en juego. El
hecho de que esa potestad haya sido transferida a las
universidades, no significa que ésta sea, necesariamente, la
práctica más correcta. En base a modelos de otros países,
propone diversas alternativas para el otorgamiento de los títulos
habilitantes bajo supervisión estatal, y señala que, cuando
asumen esa responsabilidad, las universidades se alejan de su
misión esencial que es «la formación integral de hombres
capacitados para ejercer una profesión, no la de conceder
títulos habilitantes. La universidad tiene el deber de enseñar
bien y los grados que otorgue deben ser garantía de
capacitación».
Este problema le permite volver, una vez más, sobre su
concepción de la universidad, acerca de la que afirma: «En su
aspecto docente puede enseñar un conjunto de disciplinas que
capaciten al que las sigue para ejercer su profesión; pero no es
ésta su misión primordial, ni aun en su aspecto docente. Las
escuelas profesionales dependen de las universidades porque los
que estudian para luego ejercer profesiones liberales, tienen que
adquirir una formación moral, hábitos mentales y conocimientos
fundamentales que sólo pueden adquirirse en una universidad del
tipo que hemos definido».
La elección de los profesores universitarios7, 8
Por la importancia central que Braun Menéndez adjudica a los
profesores en la estructura de la universidad, el mecanismo
utilizado para su selección constituye una de sus preocupaciones
centrales. Ridiculiza ácidamente los procedimientos utilizados
con esa finalidad que eran, en su época, similares a los que se
siguen en la actualidad. Decía al respecto: «El hombre moderno
está a la merced del más cruel tirano que registra la historia
–una hidra de mil cabezas llamada burocracia– que cada día
inventa un nuevo método para rebajarlo y humillarlo,
convirtiéndolo en hombre-ficha, hombre-expediente,
hombre-rebaño, quien, con la cerviz doblada por yugo invisible,
se pasa la vida presentando solicitudes, llenando formularios,
haciendo colas y firmando declaraciones juradas. El virus del
formalismo también ha invadido las aulas universitarias y ha
presidido hasta ahora la elección de profesores universitarios».
El análisis que realiza sobre este problema se basa en la
correspondencia entre los procedimientos utilizados y las misiones
de la universidad que constituye una de sus preocupaciones
centrales. Concluye que los valores que la universidad guarda y
propaga son los que deben regir sus actividades específicas, es
decir, la enseñanza y la investigación. Afirma: «La enseñanza
universitaria no consiste en fabricar profesionales más o menos
eficaces, sino en formar hombres capaces de pensar correctamente y
de juzgar bien, hombres que puedan reconocer el error, la mentira
y la estupidez –científica, política, económica o social– y
que estén compenetrados de que es su deber denunciar y resistir
tales deformaciones de la verdad».
Como la reputación de una universidad, su categoría y capacidad
para cumplir la misión que le confía la sociedad, dependen de la
calidad de sus profesores y de la calidad de sus alumnos, la
elección de los profesores es uno de los actos más delicados e
importantes. Menciona entre sus cualidades esenciales: el respeto
por la verdad; el entusiasmo por lo que hace y enseña; la
capacidad de perfeccionamiento; el carácter, demostrado en la
vida que lleva y los valores que la guían porque, como sostiene
Chesterton, «lo más práctico e importante respecto de un hombre
es su visión del universo» y, finalmente, el conocimiento vivido
de la materia que enseña.
Braun Menéndez no duda en afirmar que «el concurso de títulos,
antecedentes y trabajos, tal como se lo realiza entre nosotros, es
un recurso burocrático de nivelación hacia abajo y además,
fomenta la farsa, la simulación y la mentira... La simple idea de
reglamentar, con abundancia de artículos, un acto tan
trascendente como es la elección de profesores, importa un
insulto a los miembros del jurado pues supone, o que no se les
reconoce la capacidad suficiente para escoger al mejor profesor o
que se los considera moralmente objetables». Prosigue con fina
ironía: «El objetivo del trámite concursal es el de
proporcionar al jurado un cierto número de puntos que le permitan
llegar a una decisión numérica y automática, liberando a sus
integrantes de toda otra responsabilidad. Terminado el trabajo, el
jurado puede dormir tranquilo, con la conciencia del deber
cumplido: se decidió a favor de X porque tenía más antigüedad,
más trabajos, más antecedentes, más títulos y porque cumplió
mejor los requisitos de las pruebas. No le interesan la actividad
futura del nuevo profesor, ni la eficiencia con la que
desempeñará su cargo, así como no le interesa saber si la
elección significa o no una adquisición real y efectiva para la
universidad en la que el candidato irá a actuar. Ninguno de los
miembros del jurado habría recurrido a tal proceso para escoger
un secretario o un profesor de primeras letras para sus hijos. A
pesar de eso, duermen con la conciencia del deber cumplido. Virtud
dormitiva y anestesiante del formalismo burocrático en el que la
abundancia y minuciosidad de los reglamentos sólo sirven para
escamotear el fondo del problema».
Al cabo de un devastador análisis acerca de las consecuencias del
sistema formal en el que se sustenta la realización de los
concursos de profesores, señala la conveniencia de estimular la
promoción de los jóvenes, evitar la endogamia y el
provincialismo, eliminar formalismos exagerados y recurrir al
juicio de expertos de otros lugares del mundo. Concluye que «no
pueden establecerse reglas precisas y mucho menos normas rigurosas
para la elección de una persona que ha de realizar misión tan
noble, difícil y delicada. Lo importante no son los reglamentos
sino los principios».
Los fines de la universidad9, 10
La contrastación de la realidad con los fines de la
universidad constituye también un tema central en los escritos de
Braun Menéndez. Enuncia que, desde el punto de vista docente,
«la universidad debe ser: 1. el vivero donde puedan desarrollarse
los sabios; 2. un lugar donde los jóvenes adquieran el deseo de
saber por el saber mismo, la capacidad de buscar y adquirir la
verdad; y, por último, 3. una escuela donde los jóvenes puedan,
después de largos y paciente estudios, adquirir los conocimientos
necesarios para ejercer una profesión. Cuando en una universidad
falta la investigación, difícilmente pueden realizarse los dos
primeros objetivos de la enseñanza, y en nuestra universidad no
se hace prácticamente investigación».
El mínimo que se puede exigir a una universidad es, pues, que sea
una buena escuela profesional. Pero las profesiones liberales,
afirma, requieren una formación intelectual (un método para
pensar) y una formación espiritual (una actitud ante la vida) que
no se adquieren en los libros y que se consiguen enfrentándose
con la realidad bajo la guía de maestros avezados.
¿Qué es lo esencial para tener buena enseñanza? Responde Braun
Menéndez: «Hasta un niño nos puede contestar correctamente:
tener buenos profesores y buenos alumnos. Existen muchos medios
para conseguir buenos profesores y existen muchos medios para
seleccionar a los mejores alumnos. Pero con ello no basta. Se
requieren dos condiciones más, igualmente esenciales: 1. que el
profesor disponga de los medios necesarios para enseñar; y 2. que
el número de estudiantes esté en relación con la capacidad
docente del profesor». La feliz analogía que establece con la
tarea del tornero y sus aprendices, no hace sino demostrar lo
absurdo de muchas conductas que aún se siguen practicando.
Lo resume así: «La sociedad y el estado tienen el derecho de
exigir que, los que tienen la misión de cuidar la salud, edificar
las viviendas, construir puentes, caminos, etc., y defender
nuestros derechos ante la justicia, estén adecuadamente
preparados para ello, y el deber de procurar los medios para
conseguirlo. La fórmula es simple: buenos profesores + buenos
alumnos (en número adecuado a la capacidad docente de aquellos) =
buena enseñanza. Mientras ello no se consiga, nuestra universidad
no pasará de ser una oficina en la que estudiantes autodidactas
cumplan con el trámite burocrático de dar examen».
Estas ideas son expuestas con mayor amplitud en oportunidad de
considerar el estado de nuestra Facultad de Medicina, que Braun
Menéndez define como «monstruosa: contra el orden de la
naturaleza, excesivamente grande...». Reitera uno a uno los
argumentos obvios que justifican esa definición y remata
diciendo: «Si fuera necesario demostrar el absurdo que significa
un profesor con 5.000 alumnos: para dictar clases se necesitaría
el Gran Rex o un sistema de altoparlantes, aparatos de televisión
u otros recursos de la técnica moderna, y para tomar examen,
concediendo media hora a cada estudiante, necesitaría 2.500
horas, es decir, mi misión de profesor consistiría en tomar
examen 8 horas por día durante 312 días al año...».
Pero es preciso advertir que mientras escribía estas líneas
críticas, junto con una minoría de profesores de la facultad y
acompañado por sus graduados y sus estudiantes, Braun Menéndez
contribuía a construir los cimientos de la facultad moderna:
estimulaba la incorporación de profesores con dedicación
exclusiva, ponía el énfasis en las materias básicas que
proporcionan el sustento científico del saber médico, alentaba
la instalación de las primeras residencias médicas en el país.
Al mismo tiempo, esbozaba un original proyecto de
descentralización de la facultad que, si bien no llegó a
concretarse, comenzó a insinuarse en esa época mediante la
creación de las unidades docentes hospitalarias.
Conclusión
Estos breves apuntes
sólo pretenden presentar al lector una visión de conjunto de los
principales problemas relacionados con la universidad sobre los
que ha opinado Eduardo Braun Menéndez. De la lectura de sus
textos surge la actualidad de la mayor parte de las posiciones que
sostiene y se fortalece la creencia, compartida por muchos, de que
nuestra historia hubiera sido muy diferente de no haberse
interrumpido tan precozmente su activa presencia en un momento
clave de la historia argentina. Como lo afirmara uno de sus
discípulos, Marcelino Cereijido, «Braun Menéndez nos ha faltado
por todas partes»1.
En el discurso con el que presentó a Braun Menéndez ante la
Academia Nacional de Medicina en 1945, Bernardo Houssay
reflexionaba acerca de sus propias ideas sobre la investigación
científica, consideraciones que pueden hacerse extensivas a la
visión universitaria de Braun: «Todo esto es conocido en el
mundo entero y espero verlo aplicado entre nosotros. Oigo decir, a
veces, que tengo aspiraciones que están cincuenta años más
adelante de lo que es posible en nuestro país. Pero esto no es
cierto, no es que yo piense cincuenta años más adelante del
momento actual, sino que en nuestro país muchos piensan con
cincuenta años de atraso. Lo grave es que creen que hemos llegado
a la perfección y que no tenemos nada que aprender. Eso sería
una ingenuidad risible si de esa vana ilusión no resultaran
consecuencias trágicas»11.
Entristece comprobar que hoy, cuarenta años después de haber
sido escritas, sigan teniendo vigencia estas palabras de Braun
Menéndez: «Desde hace más de 80 años, centenares de autores
han escrito artículos y libros sobre el ‘problema de la
universidad argentina’. Produce un profundo desánimo comprobar
que todos exponen los mismos defectos y proponen las mismas
soluciones... y el problema sigue sin resolverse. ¿Cuáles son
las razones profundas de este dar vueltas a la noria, de este
andar sin rumbo y a tropezones?»12 Seguimos hoy esperando la
respuesta a este agudo y dramático interrogante.
Reconquistar la excelencia y la seriedad, volver a la calidad, no
sólo supone mirar hacia adelante sino también recordar hoy todo
lo bueno que ayer nos pasó. Este recorrido por las principales
contribuciones de Eduardo Braun Menéndez al debate universitario,
posee la virtud de enfrentarnos con la verdadera dimensión de la
estirpe a la que pertenecemos, la riqueza de la historia de la que
provenimos, la calidad personal, la cultura, el compromiso, el
valor y la amplia visión demostrada por quienes nos han
precedido. Nos confronta, en suma, con la deuda aún impaga que
tenemos con la memoria de nuestros mayores, con la responsabilidad
de estar, como ellos lo estuvieron en su tiempo, a la altura de
los desafíos que hoy enfrentamos.
Dirección postal:
Guillermo Jaim Etcheverry. Paraguay 2155, 1121 Buenos Aires,
Argentina
Fax: (54-11) 4802-5959
E-mail: jaime@mail.retina.ar
Bibliografía
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Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires, 1989.
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privados de investigación científica. Conferencia en el
Instituto Popular de Conferencias. Septiembre 5 de 1945.
(Reseñada en La Nación, septiembre 6 de 1945).
3. Braun Menéndez E. Las etapas para la creación de una
universidad privada. Ciencia e Investigación 1957; 13: 97-9.
4. Braun Menéndez E. La ley universitaria. Ciencia e
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5. Resolución de la Comisión encargada de expedirse sobre el
artículo 28. Ciencia e Investigación 1958; 14: 325-6.
6. Braun Menéndez E. Los «títulos habilitantes» y la
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7. Braun Menéndez E. La elección de profesores universitarios.
Ciencia e Investigación 1956; 12: 82-6.
8. Braun Menéndez E. La formación de profesores. Rev Asoc Med
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9. Braun Menéndez E. ¿Se cumplen los fines de la universidad?
Ciencia e Investigación 1955; 11: 385-7.
10. Braun Menéndez E. Una facultad monstruosa. Ciencia e
Investigación 1955; 11: 529-31.
11. Houssay BH. Discurso con motivo de la incorporación del Prof.
Dr. Eduardo Braun Menéndez. Bol Acad Nac Med 1946; 1-3: 181-92.
12. Braun Menéndez E. ¿Qué es la universidad? Manuscrito
inédito, 1959.
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