LA TAPA:
        Cesáreo Bernaldo de Quirós (1879-1968). Ave de Presa, Zio  Lino, Cerdeña 1908.
      Oleo 1.30 x 1.00 m, Cortesía de Colección Zurbarán.
      Pocas veces en la Historia del Arte se habló tanto de la vista  y los artistas como en las últimas décadas del siglo pasado cuando surgió el  Impresionismo. Tratando de llevar a la tela la pura sensación visual los  pintores impresionistas –Pisarro, Monet, Renoir, Manet, Cézanne, Degas–,  cambiaron la forma habitual de la representación, haciendo desaparecer el  dibujo para dar preeminencia a la mancha de color.
        Lo notable es que en un siglo marcado por el progreso de la  ciencia, estas cuestiones 
        que parecen meramente estéticas, fueron trasladadas  al campo de la clínica. Se habló del “ojo hiperestésico”, nombre científico que  se dio a la extrema sensibilidad visual de los artistas. Cézanne decía de Monet  “No es más que un ojo. ¡Pero qué ojo!”. Y Claude Monet (1840-1926) estaba  orgulloso de haber descubierto el verdadero color de la atmósfera. 
        “El aire  libre es violeta –escribió– y en pocos años todo el mundo pintará violeta”. 
        Lo  cierto es que los azules y violetas prevalecieron en las pinturas de los  impresionistas. 
        Y mientras los artistas pensaban que tenían un “super ojo”  capaz de percibir algunas sensaciones cromáticas negadas al resto de los  mortales, los críticos se quejaban y atribuían su paleta a una patología de la  visión. Pisarro escribe en una carta a su hijo, 
        que se les reprocha tener los  ojos enfermos.
        Más allá de este anecdotario, con los años la vista de Monet  sufrió una real afección. Enfermó de cataratas. Pero nunca dejó de pintar. En  1916, se instaló en su nuevo estudio en Giverny, una bellísima localidad a una  hora de París, donde realizó una serie de grandes obras, sus célebres Nymphéas,  (1922) en las que las formas se diluyen anticipándose al Arte Abstracto y al  Informalismo. En 1923 a los 83 años, cuando estaba casi ciego, fue operado de  su ojo derecho, con tanto éxito que sintió que estaba viviendo “una segunda  juventud” que le permitió dar los últimos toques a las obras que hoy se  encuentran en el Musée de l’Orangerie, en París.
        Uno de los maestros del Arte de los Argentinos (1) que pintó como pocos los azules, 
        fue Cesáreo  Bernaldo de Quirós (1879-1968), quien además nos ha dejado un retrato que  ilustra desde otro ángulo la cuestión de la vista y los artistas.
        Los buenos retratistas ponen énfasis en la mirada del  retratado, y a veces llevan el realismo al límite. Tal es el caso de Quirós que  retrató a Zio Lino, un viejo bandido sardo, con un realismo que permite  diagnosticar las cataratas que sufría el personaje. Quirós llegó a Cerdeña en  plena juventud con el mismo espíritu aventurero que lo llevó años más tarde a  internarse en la selva entrerriana, pasó una temporada en Nuoro, una región que  tenía fama de ser nido de bandoleros. Allí conoció a Zio Lino, quien lo  acompañó en arriesgadas excursiones por los bosques, haciéndole de guardia y  también de modelo. “No sólo él se prestaba a posar –contaba Quirós– sino que me  traía tipos magníficos. Les decía que una vez pintados por mí, no morirían  nunca, que quedarían inmortalizados en las telas”. Y así fue, este retrato con  el título de “El Halcón”, o “Ave de presa” recorrió el mundo junto con la fama  de su autor. Estuvo expuesto en París en 1914 y en el Palais de Glace de  Buenos Aires en 1991. Y la mirada del personaje sigue dando que hablar. ¡Y qué  decir de los azules del cielo que le sirve de fondo!
      Ignacio Gutiérrez  Zaldívar
      (1) Quirós, el  pintor de la Patria (1879-1968). En: I. Gutiérrez Zaldívar: El  impresionismo y el arte de los argentinos, 1998; p 213-221.