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Los betabloqueantes y el
tratamiento de la insuficiencia cardíaca crónica
José A. Martínez
Martínez
División Unidad Coronaria, Hospital de Clínicas José de San
Martín, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires
Desde la publicación de Waagstein en 19751 sugiriendo los
beneficios que provocó la administración de metaprolol sobre la
función ventricular y la clase funcional en siete pacientes con
insuficiencia cardíaca secundaria a miocardiopatía dilatada, se
inauguró una interesante y prolongada polémica acerca de los
resultados de la administración de betabloqueantes en la
insuficiencia cardíaca crónica, lo que en aquel momento resultó
sorprendente y paradojal.
Sería muy largo y poco constructivo analizar los estudios que hasta
hace muy poco sólo sembraron dudas y polémicas con esta estrategia
terapéutica y que casi paralizaron su investigación. Pero quizás
las principales razones de la confusión pudieran residir en ensayos
que fueron de pequeño tamaño, con gran diversidad en los
betabloqueantes de primera generación estudiados, dosis inadecuadas,
y grupos de pacientes muy heterogéneos en la etiología, en las
formas clínicas y en la clase funcional de la insuficiencia
cardíaca. Aunque básicamente, tal como lo demuestran los resultados
de los trabajos actuales, hubo tiempos de observación demasiado
breves, (poco más de un mes) para esperar los resultados favorables
que se han observado en los trabajos más recientes.
A todo ello se agrega el importantísimo impacto de otras drogas, tal
como lo probaron los estudios Consensus I (Cooperative North
Scandinavian Enalapril Survival Study)2 y SOLVD (Studies of Left
Ventricular Dysfunction) Preventivo3 y Terapéutico4 que demostraron
contundentemente que los inhibidores de la enzima convertidora (ECA)
disminuían la morbilidad y la mortalidad de los enfermos con
disfunción ventricular con o sin insuficiencia cardíaca,
independientemente de su causa y de su gravedad clínica.
Aparentemente el mayor beneficio se logró disminuyendo la muerte por
progresión de la enfermedad, en tanto que no se pudo probar ningún
efecto consistente sobre la muerte súbita. También quedó
definitivamente establecido que los inhibidores de la ECA disminuían
la mortalidad y retrasaban la aparición de los síntomas de
insuficiencia cardíaca cuando se administraban después del infarto
de miocardio, sobre todo cuando éste era extenso o provocaba una baja
fracción de eyección5. A eso se sumó que luego de más de 200 años
de controversias, el estudio DIG (Digitals Investigation Group)6
concluyó, aunque con algunas llamativas limitaciones metodológicas,
que en los casos de insuficiencia cardíaca con disfunción sistólica
y ritmo sinusal convenientemente tratados con diuréticos e
inhibidores de la ECA, la digoxina aunque no afectaba la mortalidad
mejoraba los síntomas, beneficiaba la clase funcional de los
pacientes y reducía las internaciones.
Esto ha definido al tratamiento considerado convencional en la
insuficiencia cardíaca crónica como el configurado por dosis
adecuadas de los inhibidores de la ECA (10-20/mg/d), diuréticos sobre
todo cuando hay edemas, ocasionalmente digital cuando persisten signos
y síntomas congestivos y aun a veces otros vasodilatadores. Sin
embargo, la mortalidad de la insuficiencia cardíaca persistentemente
alta y la morbilidad que sigue siendo importante han estimulado nuevos
ensayos clínicos que han aportado mayores avances.
El peso de todos estos hallazgos y su impacto en la práctica
asistencial relegó la discusión sobre los betabloqueantes, en la
concepción original de que sería imposible que cualquier droga que
hipotéticamente disminuyera la contractilidad pudiera mejorar la
insuficiencia cardíaca.
Sin embargo la línea de pensamiento que insistía en los posibles
efectos beneficiosos de los betabloqueantes en la insuficiencia
cardíaca cobró nueva fuerza con el estudio de MDC (Metoprolol en
Miocardiopatía Dilatada)8 donde a pacientes con insuficiencia
cardíaca crónica por disfunción sistólica en los que se excluía
una enfermedad coronaria conocida y que estaban ya óptimamente
tratados con inhibidores de la ECA diuréticos y digital se los
randomizó a Metoprolol o placebo. La randomización se efectuó
después de que los enfermos habían tolerado 5 mg diarios de
Metoprolol y al grupo en tratamiento se le administró dosis de 10 mg
incrementándolo muy lentamente hasta 150 mg diarios. Aunque no se
logró modificar significativamente la mortalidad, se mejoró la
calidad de vida, la tolerancia al esfuerzo, se incrementó la
fracción de eyección y se disminuyó la necesidad de trasplante
cardíaco.
El estudio italiano SPIC (Italian Multicenter Cardiomyopathy Study)9
demostró resultados semejantes en pacientes a los que se agregó
metopropol al tratamiento convencional. En el grupo tratamiento se
disminuyó la necesidad de trasplante y de un punto final combinado
que fue trasplante cardíaco y muerte.
Pero sin duda la mayor trascendencia en este camino lo lograron los
resultados de trabajos que se realizaron para evaluar los efectos de
Carvedilol: un betabloqueante no selectivo con acciones
vasodilatadoras y antioxidantes. En estos trabajos, el PRECISE
(Prospective Randomized Evaluation of Carvedilol on Symptoms and
Excercise)10, el US Carvedilol Heart Failure Study11, y el MOCHA
(Multicenter Oral Carvedilol Heart Failure)12 la intención de los
investigadores fue analizar importantes puntos finales que excluían
la mortalidad. El esquema fue similar a los trabajos previos.
Los pacientes estaban óptimamente tratados, se incluyeron sólo a
enfermos estables en clase funcional II y III (NYHA) y que toleraban
un «run in» previo. Se comenzó con dosis muy bajas como 3.25 mg y
se aumentó progresiva, pero muy lentamente hasta 25 mg dos veces
diarias. El período de observación fue más prolongado. El estudio
se debió detener veinticinco meses después de comenzada la
inclusión de pacientes pues hubo una reducción del 65% del riesgo de
muerte independientemente de la edad, de la etiología de la
insuficiencia cardíaca, de la fracción de eyección basal y de la
capacidad funcional. Esta reducción afectó a la muerte, causada por
progresión de la insuficiencia cardíaca, como a la ocasionada por
muerte súbita. Además se registró una reducción del 27% en la
necesidad de nuevas hospitalizaciones. Estos resultados parecieron
dosis-dependientes12. Conclusiones muy parecidas se obtuvieron con el
estudio Australiano-Neozelandés13 donde con un diseño muy semejante
se observó un beneficio del 26% en la reducción de un punto final
combinado de mortalidad y hospitalización cuando Carvedilol o placebo
se administró a enfermos con insuficiencia cardíaca de etiología
isquémica en clase funcional I-III.
A pesar de algunas críticas metodológicas, como un seguimiento que
aunque superior al de décadas previas fue relativamente breve, y la
falta de mortalidad como punto final, la Food and Drug Administration
aprobó la administración de Carvedilol en Estados Unidos a los
pacientes con insuficiencia cardíaca congestiva. Un metanálisis de
estudios randomizados que involucró a 3.000 pacientes convalidó los
resultados iniciales demostrando que los betabloqueantes administrados
desde pequeñas dosis hasta lograr progresivamente dosis mayores
obtenían una reducción del 31% de la mortalidad al año de
tratamiento, una mejoría del 29% en la fracción de eyección
ventricular izquierda y una reducción en las hospitalizaciones por
insuficiencia cardíaca. Reiteradamente los resultados clínicos
comenzaban a observarse aproximadamente a los 6 meses de iniciado el
tratamiento14. Las coincidencias en los resultados comenzaron a llamar
poderosamente la atención de los médicos por su eventual impacto
asistencial. En este análisis no se encontraron diferencias entre los
betabloqueantes no selectivos y vasodilatadores respecto de los
selectivos. A su vez, la reducción de la mortalidad fue similar en
los enfermos isquémicos que en los no isquémicos.
Los estudios (Cardiac Insufficiency Bisoprolol Study) CIBIS I15 y II16
analizaron los resultados con Bisoprolol. En CIBIS I se observó un
aumento de la fracción de eyección en los casos tratados. El CIBIS
II randomizó esta vez sin selección previa, o «run in» a 2.647
enfermos que con óptimo tratamiento previo persistían en Clase III y
en una definición de Clase IV que estrictamente fue una clase
funcional III algo más grave. Eran enfermos con fracción de
eyección menor de 35%. Se demostró una reducción del 32% en la
mortalidad, una disminución del 44% en la muerte súbita y del 30% en
las internaciones por insuficiencia cardíaca. Aunque el seguimiento
fue de 1.4 años, la mejoría también comenzó a observarse alrededor
de los seis meses y debido a estos resultados el estudio debió
interrumpirse antes de lo previsto.
Conclusiones parecidas obtuvo el Metoprolol Randomised Intervention
Trial in Heart Failure (MERIT HF)17 incluyendo 4.000 enfermos con
insuficiencia cardíaca en Clase Funcional III y con sólo el 3.5% del
total en Clase Funcional IV con una fracción de eyección menor al
35% seguidos durante un promedio de un año. En el grupo tratado se
observó una reducción de la mortalidad del 34%, una reducción en la
reinternación por insuficiencia cardíaca y una mejoría subjetiva.
Pero además la mortalidad cardiovascular se redujo el 38% y la muerte
súbita el 41%.
A todo eso se sumaron los resultados del estudio RALES (Randomized
Aldactone Evaluation Study)7 demostrando importantes beneficios sobre
la mortalidad y la morbilidad con dosis posiblemente no diuréticas de
espironolactona (25 mg) en enfermos más graves, con disfunción
sistólica importante y clase funcional III-IV a pesar de estar
previamente tratados con inhibidores de la ECA diuréticos y digital,
y en los que se controló la eventual hiperpotasemia y la posible
insuficiencia renal. La espironolactona logró una reducción del 30%
en la mortalidad, tanto en la progresión de insuficiencia cardíaca
como en el descenso de la muerte súbita que fue de un 35%; pero
además una importante disminución de las internaciones por
insuficiencia cardíaca y una mejora significativa de la clase
funcional. Sin embargo sólo el 10% de los enfermos estaban tratados
con betabloqueantes, de manera que el efecto de esta asociación no
pudo ser analizado. Este trascendental ensayo plantea un recurso
adicional para los pacientes que continúan muy graves pese a un
tratamiento riguroso.
Sin duda que pocas enfermedades cardiológicas han recibido en los
últimos años modificaciones fisiopatológicas y terapéuticas tan
importantes como la insuficiencia cardíaca. La aplicación estricta
de estos estudios a la práctica clínica probablemente tendrá un
considerable impacto epidemiológico. Los betabloqueantes han quedado
definitivamente incorporados a esta estrategia farmacológica con más
de 10.000 pacientes involucrados en estudios de gran trascendencia. El
agregado de betabloqueantes a pacientes que previamente están
correctamente tratados logra salvar entre dos y tres enfermos de cada
cien involucrados. Agregando betabloqueantes a estos pacientes durante
un período de siete meses se evita una muerte cada 38 tratados, una
hospitalización cada 24 y alguna de estas dos eventualidades cada 18
enfermos14. Los aspectos básicos de su administración son, comenzar
con dosis pequeñas con incremento progresivo hasta alcanzar las
útiles, exclusión de los casos inestables, de aquellos con edemas, y
de los que están en Clase Funcional IV. Sus resultados beneficiosos
comienzan a observarse después de seis meses. En esas condiciones,
los betabloqueantes tienen un lugar definitivo y prioritario en el
tratamiento los enfermos con insuficiencia cardíaca crónica
estables.
Hoy por hoy podemos concluir que el tratamiento de la insuficiencia
cardíaca por disfunción sistólica comienza con medidas
higiénico-dietéticas e inhibidores de la ECA. Estos fármacos
retrasan la aparición de los fenómenos congestivos en los enfermos
con disfunción sistólica aislada, por lo que también deben ser
tratados con estas drogas. Si la retención hidrosalina está
presente, los diuréticos están indicados. Si persiste la incapacidad
funcional aun con ritmo sinusal, la digoxina puede ser una
alternativa. En pacientes estables, sin edemas, en clase funcional
II-III (NYHA) que ya reciben inhibidores de la ECA y eventualmente
diuréticos, el agregado de betabloqueantes se asocia con importantes
beneficios siempre que se usen las drogas estudiadas en los ensayos
clínicos, comenzando con dosis muy pequeñas e incrementándolas
lentamente en aquellos que la toleren hasta llegar a las útiles. La
amiodarona es útil en el tratamiento de las arritmias y podrá
sustituir a los betabloqueantes en los pacientes en los que estén
contraindicados. Cuando la tos u otro efecto adverso limite la
administración de los inhibidores de la ECA, los bloqueantes AT1
pueden suplantarlos con igual eficacia. Si los enfermos continúan con
grave incapacidad funcional, el agregado controlado de bajas dosis de
espironolactona podría tener muy importantes efectos beneficiosos.
Obviamente quedan muchas preguntas aún sin resolver ¿Los inhibidores
de la ECA actúan con un efecto de clase? ¿Sucede lo mismo con todos
los betabloqueantes de tercera generación independientemente que sean
selectivos o no? ¿Los beneficios terapéuticos comprobados
beneficiarían a poblaciones de más de ochenta años donde sus
efectos han sido poco explorados? ¿Por qué mecanismos los
betabloqueantes aumentan la fracción de eyección en los pacientes en
insuficiencia cardíaca? ¿Retrasarían la aparición de insuficiencia
cardíaca en aquellos que tienen disfunción sistólica sin síntomas?
¿Los inhibidores de la ECA actúan disminuyendo la progresión de la
insuficiencia cardíaca en tanto que los bloqueantes disminuirán
fundamentalmente la muerte súbita? ¿Todos los bloqueantes de los
receptores AT1 tienen efectos iguales, superiores o aditivos a los
inhibidores de la ECA? ¿Tendrían algún efecto de clase? ¿El
agregado de amiodarona a los betabloqueantes sumaría beneficios como
algunas experiencias lo han sugerido? ¿Con los inhibidores de la ECA
y dosis bajas de espironolactona, los betabloqueantes repetirían sus
importantes efectos beneficiosos? ¿Los betabloqueantes interfieren
con el mecanismo de remodelamiento? ¿Son superiores a los inhibidores
de la ECA o sus efectos son aditivos como parecería insinuarse?
¿Tanto los inhibidores de la ECA como los betabloqueantes tendrían
efectos beneficiosos sobre la insuficiencia cardíaca secundaria a
disfunción diastólica? ¿Los efectos aditivos de los inhibidores de
la ECA y los betabloqueante serán menores, iguales o mayores que los
de la suma de bloqueantes AT1 y betabloqueantes?
Todo ello genera nuevas expectativas que seguramente serán resueltas
en otros ensayos clínicos de gran alcance, y su eventual traslado a
la práctica asistencial significará nuevos progresos sobre la
morbimortalidad de la insuficiencia crónica por disfunción
sistólica. Por supuesto ambos aspectos merecerán discusiones más
detalladas.
Bibliografía
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