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Citas con explicaciones Azara y la medicina de los indios salvajes Juan Antonio Barcat Félix de Azara nació en 1746, en Burbuñales, provincia de Huesca, en una familia ilustre de Aragón. Estudió en la Universidad de Huesca, luego ingresó en la Academia Militar de Barcelona y a los 21 años era alférez del Cuerpo de Ingenieros. En 1777, un año después de la creación del Virreinato del Río de la Plata, España y Portugal, disputando sobre los límites de sus colonias en América, firmaron, después de una guerra, el tratado de San Ildefonso que fijó las bases para trazar los límites y alejó a Portugal del Río de la Plata y a España de Río Grande; en 1778 el tratado se ratificó en El Pardo. Se nombraron comisionados para determinar los límites sobre el terreno, Azara fue uno de ellos. Agregado a la Marina como teniente coronel de Ingenieros, se embarcó para América en 1781; mientras viajaba lo ascendieron a capitán de fragata y en 1789 a capitán de navío. Azara permaneció 18 años en el Río de la Plata. Cumplió con la comisión, levantó mapas, colonizó, observó, estudió, describió y anotó todo lo que pudo. Se convirtió en naturalista. Volvió a España en 1801, en 1802 retornó al ejército como brigadier. En 1801, en París y en francés, se publicó su libro Apuntamientos para la Historia Natural de los Quadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata; en 1802 se publicó en castellano en Madrid. En 1805 apareció su Apuntamiento sobre los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata. Ambos fueron dedicados a su hermano Nicolás (1730-1804), destacado diplomático que era embajador en París. Los hermanos, hasta entonces, sólo se habían visto dos días en su vida, en 1765, cuando Nicolás pasaba por Barcelona. Félix se trasladó a París y dimitió de su cargo de brigadier. Nicolás murió en 1804 y Félix retornó a Madrid y fue nombrado Miembro de la Junta de Fortificaciones y Defensa de ambas Indias. Finalmente se retiró a su pueblo natal, allí falleció en 1821. El libro más conocido de Félix de Azara, tal vez el mejor, es Voyage dans l’Amerique meridionelle, publicado en 1809, en París. La traducción castellana ha vuelto a editarse, F. de las Barras fue su traductor y autor de una noticia preliminar sobre vida y escritos de Azara1. El traductor –y biógrafo sucinto– destaca, entre otras noticias, que Azara era único en su aversión por el pan, que no comía nunca. Azara comió pan hasta los 25 años cuando consultó un médico en Madrid por dificultades en la digestión y malestar general después de comer. El médico le aconsejó no comer pan. Azara dejó el pan, se curó, y esto, a él, no le parecía extraño «pues los habitantes de los países que he recorrido no lo comen nunca y viven tanto o más que nosotros». Otra noticia, Azara «esquivaba cuanto podía a las indias cristianas y prefería a todas las demás, las mulatas un poco claras» (1a). Nada reemplaza la lectura del libro. Transcribimos algunos párrafos referidos a la práctica de la medicina entre «los indios salvajes»: «[...] Yo no he advertido que estuvieran [los charrúas] sujetos
al mal venéreo ni a ninguna otra enfermedad particular, y su vida me
parece más larga que la nuestra. Pero, no obstante, como a veces se
ponen malos, tienen sus médicos. Estos no reconocen más que un
remedio universal para todos los males, que se reduce a chupar con
mucha fuerza el estómago del paciente para extraer el mal; tal cosa
han sabido hacer creer estos médicos para procurarse
gratificaciones» (1b). [...] «En general, los payaguás, así como todos los indios
salvajes, están persuadidos, o al menos inclinados a creer, que el
médico conoce y puede curar toda clase de enfermedades y que nadie
moriría si el médico quisiera curarlo. Estos fragmentos de Azara muestran el particular vínculo entre el enfermo y su médico. La necesidad y esperanza de ser curado, las virtudes que se esperan –y los defectos– del que cura y la retribución cuando esa relación satisface la esperanza y cuando no lo consigue. Hay suficientes evidencias para sostener que cada individuo es único y que las generalizaciones nacionales, climáticas o cromáticas son banales, cuando no son criminales. Hay, también, suficientes evidencias para sostener que todos los individuos de la subespecie Homo sapiens sapiens comparten características biológicas que incluyen particularidades que suponíamos culturales y cuyas raíces son biológicas. Compartimos con simios y elefantes la simpatía, el cuidado del necesitado, por el que se encuentra en peligro, la compasión hacia los individuos que no son de la misma progenie5. Como individuos somos únicos, como Homo sapiens sapiens somos todos iguales. Huyamos de las torpes diferenciaciones y uniformidades nacidas, como argumenta Sebrelli, del relativismo cultural (ej.: «cada uno tiene su verdad...») y de los particularismos antiuniversalistas (ej.: «Los turcos son...», «los italianos son...»)6. El núcleo de valores de la medicina: curación, alivio y compasión, tiene viejas raíces, pero son vulnerables a la distorsión y la subversión, como nos advierten Barondess7 y el Comité de Etica de la Sociedad Argentina de Investigación Clínica en reciente Simposio8. Utilicemos, además, y muy bien, el contenido de tratados, textos, revistas, CD-ROMs y DVDs, la experiencia propia y ajena, las habilidades y la prudencia necesaria para sacar cuerpos extraños. No nos arriesguemos a que nos apaleen los enfermos, sus familiares o amigos. Dirección postal: Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo Lanari, Facultad de Medicina, Universidad de Buenos Aires,Combatientes de Malvinas 3150, 1427 Buenos Aires Bibliografía 1. Azara F. de. Viajes por la América meridional. Buenos Aires: El
Elefante Blanco, 1998. Traducción castellana de F. de las Barras de
Voyage dans l’Amérique meridionelle (1809). a) TI, p 7-30; b) T II,
p 17; c) T II, p 22; d) T II, p54; e) T II, p63; f) T II, p 75.
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