|  |  | SIMPOSIO: COMITE DE ETICA 
 EL ROL CULTURAL DE LA MEDICINA
 CARLOS A. SCARPONI Me parece que hablar de «medicalización de la cultura» implica
          ubicarse en un punto de vista que, si bien forma parte de la realidad
          y debe ser tenido en cuenta, puede inducir a un tratamiento parcial e
          inadecuado. Por eso he preferido replantear el tema a partir del
          interrogante fundamental que se halla presupuesto en la cuestión de
          la «medicalización de la cultura»: ¿cuál debe ser «el rol
          cultural de la medicina»? En concreto, mi aporte quiere ser un
          intento de ubicar, lo más correctamente posible, a la medicina en el
          conjunto de la cultura.¿Qué entiendo por «cultura»?
 «La cultura o la civilización es el desarrollo de la vida
          propiamente humana, que comprende, no solamente el desarrollo material
          necesario y suficiente para permitirnos llevar una vida recta aquí
          abajo, sino también y sobre todo el desarrollo moral, el desarrollo
          de las actividades especulativas y de las actividades prácticas
          (artísticas y éticas) que merece ser llamado con propiedad un
          desarrollo humano»1.
 Este desarrollo de la vida propiamente humana es fruto del concurso de
          las energías y del logos contenidos en la naturaleza y de las
          energías específicamente humanas, la razón y la libertad. Es decir,
          la cultura es fruto de la naturaleza y de la acción libre y
          consciente del hombre.
 El hombre, impulsado por las energías de la naturaleza (cósmica y
          propia) e iluminado por el logos inteligible de la misma, va
          realizando una obra de razón y de libertad que consiste en el
          «cultivo» de la naturaleza (cósmica y propia) en orden a un
          «desarrollo humano integral». En este sentido, el fin primario y
          fundamental del quehacer cultural del hombre es su desarrollo
          integral, es decir, que el hombre sea cada vez más hombre, cada vez
          más humano. Humanizando la naturaleza cósmica el hombre debe crecer
          él mismo en humanidad. Por eso, la cultura es una realidad
          esencialmente «humana y humanista», pero de un «humanismo
          integral» que lleve al desarrollo de todo el hombre y de todos los
          hombres.
 En cuanto que la cultura procede de la naturaleza, hay un orden
          inmensamente sabio ya existente que el hombre está llamado a
          reconocer y a desentrañar de la naturaleza cósmica y de su propia
          naturaleza humana, que procede de la Sabiduría creadora de Dios. Si
          bien este reconocimiento y desvelamiento del orden ya existente en la
          naturaleza es la condición sine qua non del quehacer cultural, sin
          embargo, el hombre está llamado a realizar un orden nuevo por su
          razón y su libertad que continúe y complete lo que en la naturaleza
          se halla esbozado. La Persona Humana está llamada a ser continuadora
          y colaboradora de la obra de Dios, inventando a cada instante, en
          conformidad con el orden eterno, el orden contingente y constantemente
          renovado de sus obras humanas y temporales. En este sentido, la
          cultura es la vocación del hombre a crear un orden humanista integral
          en la historia a partir de lo que ya se encuentra esbozado en la
          naturaleza.
 En este contexto, de la cultura como desarrollo auténticamente humano
          y como orden humano integral a crear en la historia, se plantea
          nuestra cuestión sobre el «rol cultural de la medicina»: ¿qué
          lugar ocupa el quehacer de la medicina en la obra cultural humana? La
          medicina, ¿está llamada a desempeñar un «rol hegemónico» en la
          cultura? ¿Es la medicina un quehacer cultural humano que tiene en sí
          mismo las condiciones objetivas que le permitan ejercer un «rol
          central y fundamental» en la cultura? De no ser así, ¿cuál
          debería ser «su rol cultural»?
 La medicina tiene más de arte que de ciencia: se trata del arte de
          curar y de aliviar. Por eso, los antiguos la consideraban un arte más
          que una ciencia en sentido estricto. Que la medicina tenga más de
          arte que de ciencia quiere decir dos cosas: primera, que progresa en
          sus métodos y conocimientos por la vía de la experiencia; segunda,
          que sus métodos y conocimientos revisten una gran provisoriedad.
 A su vez, la medicina se sirve y, por lo tanto, depende de otros
          quehaceres científicos y tecnológicos que le aportan sus
          conocimientos y técnicas para que puedan ser aplicados médicamente
          al ser humano (por ej.: la bioquímica, la biología, la
          biotecnología, la genética, etc.).
 Por otra parte, la medicina depende cada vez más de los recursos
          económicos, tanto privados cuanto estatales. Esto hace que gran parte
          del quehacer médico esté reservado a una minoría de la población y
          que, tanto la investigación cuanto la aplicación médicas, creen a
          los médicos una situación de dependencia y, a veces, de verdadera
          esclavitud respecto de quienes tienen en sus manos el poder económico
          y político.
 Toda esta realidad endógena y exógena de la medicina nos muestra que
          es una ilusión pensar que el rol cultural de la misma pueda y deba
          llegar a ser hegemónico. Es por eso que, en vez de hablar de
          «medicalización de la cultura», habría que decir
          «instrumentalización de la medicina» y, por lo tanto, de los
          médicos. Creo que no es una exageración decir que hoy día, en
          muchas situaciones, tanto la medicina como los médicos, dando éstos
          a veces su aprobación, son verdaderos «sirvientes» de los poderosos
          a nivel mundial, nacional e incluso de personas individuales.
 Volvemos, entonces, a formular el interrogante fundamental: ¿cuál
          debería ser el rol cultural de la medicina y de los médicos? Si la
          cultura es un desarrollo auténticamente humano y un orden humano
          integral a crear en la historia, el rol cultural de la medicina tiene
          que ser el de contribuir, desde su especificidad propia, a hacer más
          humana la vida de los hombres y de todo el hombre. Para ello, la
          medicina está llamada a un proceso siempre creciente de liberación
          de los condicionamientos biológicos humanos adversos y de promoción
          de las potencialidades biológicas humanas, a fin de que los hombres
          puedan crecer cada vez más en humanidad.
 Se sigue, entonces, que la tarea no es ni «medicalizar la cultura»
          ni «instrumentalizar la medicina», sino promover el auténtico «rol
          cultural de la medicina»: servir al desarrollo humano integral del
          hombre.
 ¿Qué sería prioritario hacer en lo inmediato para que la medicina
          pueda realizar su rol cultural? Creo que una de las tareas principales
          y urgentes es la de garantizar y promover la «legítima autonomía»
          de la medicina y de los médicos a fin de que no sean
          instrumentalizados por los poderosos bajo la ilusión de medicalizar
          la cultura.
 Dios, al crear por su sabiduría y amor al ser humano a su imagen y
          semejanza, ha dado a la dimensión corporal humana una verdad, una
          bondad y una consistencia propias y específicas del cuerpo humano, a
          fin de que los hombres las integremos de modo armónico en la
          totalidad de nuestra humanidad psico-somática. Esta verdad, bondad y
          consistencia propias y específicas del cuerpo humano fundan la
          «legítima y auténtica autonomía» de la medicina y de las demás
          ciencias y biotecnologías que tienen que ver con el organismo humano.
 Legítima autonomía de la medicina significa respetar y promover su
          competencia propia que se funda y está al servicio de la verdad, la
          bondad y la consistencia propias y específicas del cuerpo humano de
          cada persona humana. La medicina no puede ser dominada e
          instrumentalizada por nada y por nadie, ni siquiera por los mismos
          médicos. Siempre debería ser un quehacer artístico y científico al
          servicio de la verdad, la bondad y la consistencia del cuerpo humano
          de cada persona humana que son engendrados en este universo hasta el
          término de su existencia temporal.
 Legítima autonomía no significa autonomía absoluta. Servir a cada
          persona humana en su cuerpo, es un aporte sumamente valioso y
          necesario para que ésta pueda crecer en humanidad. Pero, el servicio
          de la medicina es intrínsecamente limitado, por eso tiene que dar su
          aporte en la perspectiva de un desarrollo humano integral de todo el
          hombre y de todos los hombres.
 Desde esta perspectiva, el rol cultural de la medicina tiene que ser
          encauzado y controlado por el propio quehacer médico y por la
          comunidad humana: cuidar que el aporte cultural de la medicina sea
          siempre el de un auténtico servicio al desarrollo humano integral de
          los hombres, desanimando, limitando y, si es necesario, prohibiendo
          aquellas prácticas médicas que, por estar en una fase aún
          experimental o por atentar directamente contra el hombre, niegan la
          dignidad de la persona humana y ponen en peligro su desarrollo humano
          integral.
 El garantizar y promover la legítima y auténtica autonomía de la
          medicina y de los médicos exige, obviamente, que la misma medicina y
          los mismos médicos tomen conciencia de que es necesario y urgente
          «humanizar a la medicina y a los médicos». Para que la medicina
          pueda realizar su rol cultural, ésta tiene que ser «humana y
          humanizadora».
 Pbro. Dr. Carlos A. Scarponi
 
 Bibliografía
 1 Jacques Maritain, «Religion et culture», (EC. IV, pág. 201).
          Cf. «Du Régime Temporel et de la Liberté», II «Religion et
          culture II»; (EC. V, pág. 394); «Humanisme intégral», (EC. VI,
          págs. 401-402); «Questions de Conscience», (EC. VI, pág. 792). 
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