|  |  | SIMPOSIO: COMITE DE ETICA 
 LA DESMEDICALIZACION DE LA MEDICINA
 Samuel Finkielman Hubo un tiempo en el que la Medicina era una profesión liberal,
          pero hoy en día ha dejado de serlo, salvo para médicos jubilados. La
          profesión médica tiene una historia varias veces milenaria y frente
          al punto de vista de los historiadores positivistas, optimistas
          incorregibles, la medicina es el más claro contraejemplo de que el
          progreso continuo es apenas una ilusión de los últimos siglos.
          Ciertamente la Medicina ha tenido períodos y geografías de esplendor
          y desarrollo relativos, alternados con períodos de decadencia. Y cabe
          preguntarse si para un historiador del futuro la nuestra será
          rotulada de progreso o decadencia.Pero sean los tiempos buenos o los tiempos malos, el médico aparece
          como el protagonista de la historia de la Medicina, sobre todo, en lo
          que podríamos llamar tímidamente, medicina científica eficaz, en
          sentido estricto. Esta medicina no abarca más que los últimos 200
          años. El jalón inicial, el comienzo de la medicina científica, fue
          el estudio monográfico de la acción farmacológica de la digital,
          apenas anterior a la utilización de la vacunación antivariólica;
          casi al mismo tiempo se inició una revolución en la terapéutica y
          la prevención. Otros hitos jalonaron el devenir médico. Uno de
          ellos, la descripción tan simple de la precipitación de una
          substancia blanca parecida a la clara de huevo, que se llama
          albúmina, cuando la orina de los enfermos de enfermedad de Bright es
          hervida, introdujo la bioquímica en la práctica médica. Otros
          escalones en el ascenso de la medicina fueron el empleo de los rayos
          X, apenas algo más que centenarios, el primer ejemplo de alta
          técnica aplicada al diagnóstico, y la introducción de los
          arsenicales en el tratamiento de la sífilis. El electrocardiógrafo
          es de la década del 20 y los antibióticos se comenzaron a usar en
          1945 –las sulfas 10 años antes. Me dirán que la quinina, eficaz
          contra el paludismo es del siglo XVI; es verdad, es eficaz contra
          ciertos paludismos, pero no contra todas las fiebres, excepcional
          ejemplo de medicina etnológica.
 No intento contar la historia de la medicina, sino poner énfasis en
          el protagonismo médico en la lucha contra la enfermedad.
 ¿Y qué sucede hoy en día?. Disponemos de imágenes por tomógrafos
          computados y resonadores magnéticos que revelan la intimidad de
          órganos y tejidos y antidepresivos y sedantes que simulan de tal
          manera la felicidad y la ataraxia que ni siquiera Aldous Huxley lo
          hubiera soñado en su Mundo Feliz. Sólo que ahora a la felicidad y la
          ataraxia las llamamos «calidad de vida». Tenemos equipos de
          corazón-pulmón que permiten realizar cirugía cardiovascular en
          cualquier recodo de un camino suburbano así como catéteres que
          sirven para «amputar las arritmias». Utilizamos respiradores
          mecánicos sabios en unidades de cuidados intensivos que son como un
          infierno inmaculado donde se mantienen casi vivos a pacientes
          centenarios con antecedentes de demencia afectados de distress
          respiratorio provocado por sepsis, tratados con el ultimísimo
          antibiótico, en tanto se discute la anticoagulación y la indicación
          de ultrafiltración por diálisis. Claro está, estos pacientes están
          asociados a un programa que les brinda una cobertura amplia que les
          permite ser tratados en Centros Médicos VIP. Suena más absurdo
          cuando esto se hace en un hospital universitario en forma gratuita, en
          el mismo en cual una simple consulta tiene un retardo de más de un
          mes. Ciertamente disponemos de muchos dispositivos casi increíbles:
          PCRs que nos revelan la presencia de un antígeno bacteriano y flujos
          laminares que nos permiten fraccionar una dieta parenteral o ponerle
          corchos a frasquitos. Se nos ofrece la oferta de la terapia génica y
          el injerto de células fetales por estereotaxia y practicamos la
          fecundación in vitro en un mundo superpoblado y contaminado.
 Todo eso porque el médico ha perdido el protagonismo de la medicina y
          los que ofrecen la atención médica han perdido la racionalidad.
 Los últimos 30 años han sido testigos del desarrollo de distintos
          sistemas de financiamiento para las prácticas médicas. Se los
          denomina seguro médico o de salud, sistemas prepagos o coberturas
          sociales, familiares o sindicales. Son caros o no tan caros y venden
          todo un abanico de prácticas y promesas preventivas. Porque el
          negocio, la medicina por ganancia, está en involucrar a los sanos y
          jóvenes y especular con una perenne «calidad de vida».
 ¿Cómo?
 El financista que tiene a los potenciales usuarios contrata
          prestadores que ofrecen sus servicios. El prestador debe equiparse con
          la última tecnología y con los mejores o más renombrados cerebros
          médicos y cotizar al menor precio. Claro, que para tener ganancia,
          tiene que hacer el menor uso de la última tecnología y de los
          cerebros renombrados, porque eso encarecería las prestaciones.
          Naturalmente el prestador no es un médico (y si lo fue, ya lo ha
          olvidado) sino un gerenciador representante de un grupo económico que
          dispone de una pléyade de médicos que contrata por tiempo limitado y
          con muy escasa remuneración (son tantos los médicos y tan ansiosos
          de trabajar por cualquier remuneración). Así el gerenciador puede
          escoger médicos de todo tipo y educación de las más arcanas
          especialidades y le fijará a cada médico un programa de atención
          limitado en el tiempo, un máximo de estudios a los que puede acceder
          el paciente según el monto que lo financia y un vademécum de
          especialidades del que no se puede desprender. También se agregarán
          una serie de módulos quirúrgicos siempre bien financiados, llevados
          a cabo por insomnes cirujanos trotamundos, sin importar la oportunidad
          o no de la cirugía.
 Algunos otros médicos de la muchedumbre de subocupados acabarán por
          ser asesores de medicina preventiva para sanos, a los que se indicará
          –si prevalece una muy difundida tendencia– inhibidores de la
          enzima de conversión, drogas hipocolesterolizantes y antiagregantes
          caros; y a cada mujer menopáusica 4 años de estrógenos que le
          prolongará la juventud y le evitará la osteoporosis y el infarto
          seniles y a los hombres seniles antiandrógenos preventivos del
          cáncer de próstata, siempre que cuenten con una buena cobertura y
          accedan a una consulta de 15 minutos.
 Obviamente se trata de medicina por ganancia, pero no de ganancia para
          el médico, sino una auditada para dar réditos a inversores.
 Estas relaciones entre financieros y atención médica configura un
          cuadrilátero cuyos dos vértices protagónicos son: uno, el
          financiador y el otro: el gerenciador de prestaciones. El tercer
          vértice lo constituye la proletarizada profesión médica,
          desmedicalizada, regimentada y subordinada.
 El último vértice lo constituye el paciente –o mejor dicho, la
          población sana en la que pueden delimitarse dos sectores: uno
          abandonado a su suerte; el otro, con recursos suficientes o
          abundantes, sometido a la rapiña, complaciente en la creencia de que
          se procura una ilimitada calidad de vida, generalmente incapaz de
          comprender qué cosa es la calidad de vida y de comprender mucho menos
          lo que es una buena atención médica.
 El «esquema de salud» tiene contradicciones y paradojas, pues los
          intereses de los financiadores no son los mismos que los de los que
          gerencian las prestaciones, los que a su vez, son distintos o se
          oponen al de los médicos que compiten por magras remuneraciones,
          mientras que el interés de los pacientes es, implícitamente,
          conservar o recuperar la salud. Estas contradicciones se resuelven en
          el centro del cuadrilátero en lo que constituye el complejo
          médico-industrial.
 ¿Suena apocalíptico? No, de ninguna manera. Donde hay enfermos y
          médicos se da esa curiosa coyuntura denominada relación
          médico-paciente que siempre –o casi siempre– termina por hacer
          prevalecer a la cordura. Pero el médico ya no es el protagonista y la
          medicina se ha desmedicalizado.
 
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