|  |  | CARTAS AL COMITE DE REDACCION
 El dilema de la terapia
          del cáncer y la relación oncólogo-paciente Daniel A. ManigotClínica Modelo de Morón
 Vivimos una etapa de la Medicina a mi entender guiada por la
          ilusión (o la fantasía) que para cada situación de la práctica
          médica hay una solución prevista, que todo puede ser protocolizado y
          que un buen médico es aquél que conoce y cumple al pie de la letra y
          en forma «objetiva» todos los «protocolos». Quienes ejercemos
          intensamente la Clínica sabemos que si bien los «protocolos»
          orientan y fundamentan los cuidados de patologías de alta
          prevalencia, innumerables factores diferencian el paciente que tengo
          ante mí de cualquier otro. Y esto no es diferente en el paciente con
          cáncer. No sólo por la diferencia en la evolución y la respuesta a
          la quimioterapia de tumores diferentes, o como menciona la Dra.
          Pasqualini1 las variaciones individuales, sino por la actitud de
          pacientes y familiares frente a la enfermedad y su tratamiento.Hay aquí algunos aspectos muy importantes en lo que se refiere a la
          relación oncólogo-paciente: por un lado, la negativa –activa o
          pasiva– de numerosos pacientes en nuestro medio a aceptar, preguntar
          o requerir información real sobre su enfermedad, desde el verdadero
          nombre de la misma hasta el grado de avance que ha alcanzado en su
          caso, etc. No me cabe duda que esto tiene relación con nuestro estilo
          social y cultural, pero es así en numerosos casos. A partir de allí,
          resulta casi imposible establecer con el paciente un diálogo sobre
          pronósticos, porcentaje de cura o mejoría, efectos adversos etc. con
          bases reales. Esto es bien diferente a las respuestas que el personal
          de salud o pacientes ofrecen sobre situaciones hipotéticas. Entra en
          juego entonces la subjetividad del médico y la del paciente. El
          paciente, natural sujeto y objeto de la decisión se inhabilita. La
          familia asume aquí un rol decisivo, y más complejo aún porque
          entran en juego los vínculos de cada integrante con el enfermo.
 Por otro lado, en muchas oportunidades, y utilizando la misma
          información, observamos cómo un paciente acepta y luego rechaza –o
          viceversa– un acto quirúrgico u otro tratamiento invasivo según
          quien sea su interlocutor. El convencimiento íntimo del profesional
          sobre el beneficio de su propuesta juega en la decisión a nivel
          consciente e inconsciente. Y en esto es indudable que la experiencia
          personal juega un rol que equilibra –tal vez desproporcionadamente–
          la lectura. (Que el énfasis en la propuesta pueda basarse en motivos
          diferentes al bien del enfermo no parece tener una solución sencilla
          y no la consideraré aquí).
 Las creencias, el registro del dolor y el miedo al mismo, la
          personalidad del enfermo son variables que han influenciado sus
          decisiones a lo largo de toda su vida ¿por qué no ahora? En fin,
          pienso que no existe en muchos casos una respuesta única y objetiva,
          y que la «subjetividad» de médico y paciente juegan un rol
          inevitable. Sin duda la discusión con el médico de cabecera o con
          otros miembros del equipo aumenta la posibilidad de hacer lo mejor por
          el paciente.
 Los roles del oncólogo y el médico de cabecera pueden ser variables
          en el curso de la enfermedad neoplásica. Pero sin duda el paciente
          elegirá (y lo hará notar) con quien dialogará y decidirá. Me
          parece poco probable en cambio que los Comités de Etica reemplacen al
          equipo médico en este quehacer netamente asistencial.
 Hay dos elementos que a mi juicio tenderían a resolver el problema
          planteado por el Editorial1 que comentamos: primero, la formación
          médica, no sólo en lo referente a los conocimientos técnicos de la
          especialidad, sino a lo ético, a la relación médico-paciente y al
          entrenamiento en la toma de decisiones; y en segundo lugar, el rol de
          las Sociedades Médicas locales, que deben ofrecer una propuesta
          clara, actualizada y renovada sobre todos los aspectos terapéuticos
          para los que no existen consensos universales.
 Bibliografía 1. Pasqualini CD. El dilema de la terapia del cáncer y la
          relación oncólogo-paciente, Medicina (Buenos Aires) 1998; 58: 113-6.
 
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 Sergio Litovska, Alfredo
          Navigante, Adolfo MarantzSección de Oncología, Hospital Fernández, Buenos Aires
 Con respecto al editorial titulado «El dilema de la terapia del
          cáncer y la relación oncólogo-paciente»1 según Ventafridda, el
          sufrimiento del enfermo terminal oncológico puede definirse como
          dolor total, es decir, el conjunto de un dolor, que además de
          físico, es también social, psíquico y espiritual2, 3. Por tanto, el
          control del dolor en estos pacientes no puede basarse sólo en
          métodos médicos, sino que debe apoyarse en una asistencia continua
          de carácter informal, afable y desarrollada en un medio adecuado que
          controle o reduzca todos los fenómenos de aislamiento en los que van
          a encontrarse este tipo de pacientes.Surge entonces, que en la relación oncólogo-paciente, no sólo se
          deben evaluar y tratar los aspectos físicos y psicológicos, sino
          también, intentar el alivio de conflictos económicos, laborales y
          espirituales de los enfermos4, quienes son seres humanos heterogéneos
          en sus organismos, actitudes, necesidades y creencias.
 Al respecto, Sanson-Fisher et al.5 refirieron que en el dominio
          espiritual, la necesidad básica humana para la trascendencia, se
          manifiesta en la urgencia del paciente canceroso para encontrar un
          significado en la enfermedad, para soportar molestias presentes y si
          es necesario para enfrentar a la muerte con coraje y dignidad. La
          necesidad básica espiritual para encontrar significado y sentido en
          la vida, para dar y recibir afecto y para descubrir la esperanza y la
          creatividad, es considerada. Hay evidencias de que como la condición
          física se deteriora, la espiritualidad gana en importancia como
          determinante de la calidad de vida. Dadas las cuestiones acerca del
          significado de la vida y de la muerte que el cáncer genera, nosotros
          sugerimos que la espiritualidad, hasta ahora abandonada, necesita ser
          analizada5.
 De todas maneras, desde el punto de vista clínico, este mejor
          abordaje de la relación oncólogo-paciente es difícil de realizar en
          el consultorio oncológico. Habría que hacer hincapié en no iniciar
          tratamientos agresivos en los pacientes terminales con cáncer, que
          empeorarían la calidad de vida sin aumento de la sobrevida,
          prefiriendo en estos casos especiales, los cuidados paliativos y el
          control de los síntomas.
 
 BIbliografía
 1. Pasqualini CD. El dilema de la terapia del cáncer y la
          relación oncólogo-paciente. Medicina (Buenos Aires) 1998; 58: 113-6.2. Bonadonna G, Robustelli Della Cuna. Manual de Oncología Clínica.
          Barcelona: Masson 1983, p 981.
 3. Litovska S, Navigante A, Marantz A, Lewi D, Quintana C, Levy D.
          Total pain evaluation in terminal cancer outpatients. Proc Am Soc Clin
          Oncol 1997; 16: 74.
 4. Cohen R, Mount B, Tomas J, Mount L. Existential well-being is an
          important determinan of quality of life. Cancer 1996; 77: 576-86.
 5. Sanson-Fisher R, Redman S, Donovan K. Measuring quality of life in
          cancer patients. J Clin Oncol 1989; 7: 959-68.
 
 
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