|  |  | Shock 1998: Oxígeno, Oxido Nítrico y
          perspectivas terapéuticas Simposio Internacional, Academia Nacional de Medicina
 Buenos Aires, 30 abril 1998
 
 VISION HISTORICA DEL SHOCK
   Christiane
          Dosne Pasqualini Instituto de
          Investigaciones Hematológicas, Academia Nacional de Medicina, Buenos
          Aires Key words: shock, stress, hemorrhagic shock, ascorbic acid Resumen  El
          concepto de shock y su estrecha relación con el de stress surgió a
          partir de los trabajos de Hans Selye iniciados en 1936 en la
          Universidad de McGill en Montreal, con quien colaboré entre 1939 y
          1942. Se demostró que el síndrome general de adaptación se inicia
          con la reacción de alarma, compuesta por una etapa de shock y una de
          contra-shock, seguida de la etapa de resistencia y finalmente de la de
          agotamiento. Mi tesis doctoral concluía que el shock se debía a una
          insuficiencia suprarrenal aguda postulándose que procesos
          metabólicos activos hacían desaparecer compuestos esenciales para la
          sobrevida. Mi interés en la relación del shock con los hidratos de
          carbono me llevó en 1942 a trabajar con Bernardo Houssay en el
          Instituto de Fisiología de la Universidad de Buenos Aires y luego en
          1944 con C.N.H. Long en la Universidad de Yale. Allí desarrollé un
          método para inducir el shock hemorrágico en el cobayo con una
          letalidad del 94%; llamativamente, con la administración de 200 mg de
          ácido ascórbico se prevenía la muerte. Al trasladarme
          definitivamente a Buenos Aires, estos resultados se confirmaron y
          además se consiguió un 40% de sobrevida con cortisona mientras que
          la desoxicorticosterona carecía de efecto. En aquel entonces no
          tuvimos explicación para la muerte por shock hemorrágico, pero hoy,
          medio siglo más tarde, de este Simposio debería surgir el mecanismo
          involucrado. Abstract  Shock
          revisited. The concept of shock and its close relationship with that
          of stress dates back to the experiments of Hans Selye initiated in
          1936 at McGill University in Montreal, with whom I collaborated
          between 1939 and 1942. It was demonstrated that the General Adaptation
          Syndrome begins with an Alarm Reaction, which consists of a Stage of
          Shock and one of Counter-Shock, followed by a Stage of Adaptation and
          finally a Stage of Exhaustion. My Ph.D. thesis concluded that shock
          was due to an adrenal insufficiency postulating that active metabolic
          processes drain the body of certain essential compounds the lack of
          which causes shock. My interest in the role of the glucose metabolism
          in shock led me to work with Bernardo Houssay in 1942 at the Institute
          of Physiology of the University of Buenos Aires and in 1944 with
          C.N.H. Long at Yale University. There I developed a method for the
          induction of hemorrhagic shock in the guinea pig with 94% lethality;
          curiously, the administration of 200 mg of ascorbic acid prevented
          death. Upon my return to Buenos Aires, these results were confirmed
          and moreover, it was demonstrated that the administration of cortisone
          led to 40% survival of the animals while desoxycorticosterone had no
          effect. At the time, no explanation was available but to-day, half a
          centry later, this Symposium should be able to explain the mechanisms
          leading to death by hemorrhagic shock. Dirección postal: Dra. Christiane Dosne Pasqualini, Academia
          Nacional de Buenos Aires, Las Heras 3092, 1425 Buenos Aires, Argentina
 Fax: 54-1-806-6638, E-mail: chdosne@hotmail.com
   Este Simposio sobre Shock surgió de un E-mail que me mandó
          Alejandro Mayer el 3 de julio de 1997. Alejandro trabajó en mi
          laboratorio durante 9 años para luego radicarse en EE.UU. donde hoy
          se desempeña como Prof. de Farmacología en Midwestern University en
          Chicago. Me comentaba que volvía de una reunión de Shock donde con
          los brasileros se había discutido la posibilidad de crear una
          Sociedad Latinoamericana de Shock por lo cual me pedía ayuda para
          nuclear a los investigadores argentinos interesados en el tema.
          Después de un abundante número de idas y vueltas por E-mail se
          concretó la fecha y con el Dr. Andrés O.M. Stoppani organizamos este
          Simposio.Entre los expositores extranjeros, tenemos la suerte de contar con el
          Dr. Mohammed Sayeed, de la Universidad de Loyola en Chicago, actual
          Presidente de American Shock Society; con los Dres. Mauricio da Silva
          y Luiz Poli de Figueiredo del Instituto de Cardiología de São Paulo,
          pasado y actual Presidente de Brazilian Shock Society; con el Dr.
          Homero Rubbo del Departamento de Bioquímica de la Universidad de la
          República del Uruguay, y last but certainly not least con el Dr.
          Salvador Moncada de University College London. Tenemos como
          colaboradores nacionales a los Dres. Juan J. Poderoso, Alberto
          Boveris, Carlos G. Del Bosco y Andrés O.M. Stoppani.
 Lo antedicho es historia reciente con visión de futuro pero lo que
          me interesa especialmente es volver al pasado para relatar como
          surgió el concepto de Shock y su estrecha relación con el de Stress,
          y el papel que me tocó desempeñar en esta historia en el inicio de
          mi carrera hace algo más de 50 años.Para ir al origen, uno podría remontarse hasta los experimentos de
          Claude Bernard quien estableció hace algo más de cien años que para
          el mantenimiento de la vida debía conservarse la constancia del medio
          interno a pesar de los cambios en el medio ambiente. Medio siglo más
          tarde, Walter Cannon denominó homeostasis al mantenimiento de esa
          constancia, basada en lo que llamaba la «sabiduría del organismo»;
          asignó un papel importante a la adrenalina y al sistema nervioso
          autónomo, para mantener la constancia del medio interno en diversos
          estados de emergencia resultantes de excitación nerviosa, esfuerzos
          musculares, etc.
 Pero fue Hans Selye quien integró estas observaciones en el síndrome
          general de adaptación y acuñó el término stress.
 Los trabajos de Selye se iniciaron –como tantas otras
          investigaciones trascendentales– en un punto relativamente alejado
          del cauce que tomaron después, y derivaron de un aparente fracaso. En
          1936, trabajando entonces en la Universidad de McGill en Montreal,
          hacía experimentos en procura de la caracterización de las hormonas
          ováricas, utilizando diversos extractos impuros. Fracasó en la
          búsqueda de la hormona, pero realizó en cambio «una comprobación
          original que nunca había sido vista y apreciada en toda su
          trascendencia» (esto es la definición de un descubrimiento).
          Observó que los extractos ováricos inyectados en ratas producían
          sistemáticamente una misma reacción en diversos órganos, la cual
          podía ser reproducida por otros agentes enteramente distintos. Esta
          reacción no específica provenía en realidad de las impurezas que
          contenían los extractos1.
 Seguidamente, Selye demostró que esta reacción estereotipada
          constituye la respuesta del organismo a la acción inespecífica
          común a todos los agentes nocivos. Observó que esta reacción
          incluye una serie de cambios bien definidos entre los cuales, los
          inicialmente puestos en evidencia fueron el agrandamiento de la
          corteza suprarrenal, con signos histológicos de hiperac-tividad, e
          involución del timo.
 Selye enfatizó que esta reacción constituia un llamado a las armas
          (call to arms) de las fuerzas defensivas del organismo, y acuño el
          término reacción de alarma que tanta trascendencia debía adquirir
          en poco tiempo.
 Investigaciones ulteriores demostraron que la reacción de alarma
          está compuesta de una primera etapa de shock seguida de una de
          contra-shock. Surgen luego un conjunto de cambios más complejos y
          prolongados integrados con una etapa de resistencia y otra de
          agotamiento al conjunto de los cuales Selye le dio el nombre de
          síndrome general de adaptación.
 Muy pronto, Selye acuñó el término stress para el conjunto de
          reacciones del organismo frente a cualquier agente nocivo. Selye era
          un hombre muy carismático que dominaba siete idiomas por medio de los
          cuales rápidamente globalizó el concepto de stress. Curiosamente,
          mucho más tarde, en su autobiografía, The stress of my life2 Selye
          mencionó que en realidad mejor término hubiera sido strain y que la
          elección de stress se había debido a su limitado dominio del inglés
          en aquel entonces.
 El análisis experimental del cual surgieron estos conceptos fue
          cuidadosamente realizado por Selye y sus colaboradores de la siguiente
          manera: primero comprobó que los animales adrenalectomizados
          sometidos a un stress no reaccionaban con la característica
          involución del tejido linfático a menos que fueran tratados con
          corticoides. De esta manera se estableció que los corticoides
          despiertan una reacción defensiva (reacción de alarma) ante la
          acción inespecífica de los estímulos mas diversos (inducción de
          shock) y son los responsables del consiguiente contra-shock y luego de
          la etapa de adaptación; frente a un stress demasiado intenso se
          desemboca en la etapa de agotamiento que lleva a la muerte3.
 Selye profundizó el síndrome general de adaptación en muchas de sus
          publicaciones4, 5. Fue introducido en nuestro medio por Pasqualini
          quien había trabajado con él en 1944, en su libro Stress, con
          especial enfoque en las enfermedades de adaptación6, 7.
 Personalmente, llegué al laboratorio de Selye en 1939 y colaboré
          activamente en todos los experimentos en ratas relacionados con el
          papel de los corticoides en la reacción de alarma y especialmente en
          relación con el metabolismo de los hidratos de carbono. En mi primer
          trabajo, demostramos que los corticoides actuaban como estabilizadores
          de la glucemia ya que corregían tanto la hipoglucemia inducida por
          insulina como la hiperglucemia provocada por adrenalina8. Después de
          una hepatec-tomía parcial, los corticoides eran capaces de revertir
          la hipoglucemia resultante pero no así frente a una hepatectomía
          total, lo que demostraba que el efecto era indirecto9. Empleando un
          modelo de shock quirúrgico en ratas, traumatizando los intestinos,
          pudimos demostrar el efecto beneficioso de las primeras muestras de
          corticosterona soluble en agua gentilmente provistas por Kendall de la
          Mayo Clinic10; estos extractos también corregían la hipoglucemia
          inducida por la adrenalectomía mientras que la desoxicorticosterona
          nunca tenía efecto beneficioso11.
 En mi tesis de doctorado12 en 1942 concluía que el shock (se hablaba
          más de shock que de stress en aquel entonces) se debía a una
          insuficiencia suprarrenal aguda, postulándose que procesos
          metabólicos activos hacían desaparecer del organismo compuestos
          esenciales cuya ausencia causaba el shock («active metabolic
          processes drain the body of certain essential compounds, the lack of
          which causes shock»).
 Mi interés en el metabolismo de hidratos de carbono y su relación
          con la suprarrenal en el síndrome general de adaptación fue la
          razón por la cual solicité una Beca (Canadian Federation of
          University Women Traveling Fellowship) para trabajar con el Dr.
          Houssay buscando profundizar una relación con la hipótesis. Obtuve
          la Beca y en 1942 llegué a Buenos Aires para trabajar con Houssay en
          el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la
          Universidad de Buenos Aires. Durante ese año pudimos demostrar que la
          diabetes hipofisaria podía obtenerse en ausencia de suprarrenales,
          confirmando que esta glándula no tenía el papel preponderante que le
          adjudicaba Long 13, 14. Además, estudiamos la cantidad de glucosa
          necesaria para mantener la glucemia después de la evisceración en
          perros normales, hipofisoprivos, diabéticos y tratados con tiroides.
          Esto era un tema controvertido en la literatura de la época porque
          Soskin15 sostenía que los animales hipofisoprivos consumían menos
          glucosa. A pesar de la dispersión de los datos –y del estado
          calamitoso de los perros, un verdadero estado de shock– se pudo
          concluir que similarmente en los cuatro grupos se requerían 150-200
          mg/kg/h de glucosa para mantener el nivel inicial de glucemia16.
 Al volver al hemisferio norte, obtuve una Beca para trabajar con
          C.N.H. Long en Yale University. Allí desarrollé un modelo
          experimental para inducir el shock hemorrágico eligiendo al cobayo
          por ser el único animal que al igual que el hombre no sintetiza la
          vitamina C. Se introducía una cánula en la carótida de cobayos
          machos heparinizándolos. Luego se los suspendía utilizando un
          soporte especial, al cual se los sujetaba por medio de un trozo de
          género, con orificios para las patas, que rodeaba toda la extensión
          del cuerpo, en posición normal sin comprimirlos. Después de
          suspendidos, los animales conservaban amplia libertad de movimiento.
 La extracción de sangre se hacía reemplazando la varilla de vidrio
          que obstruía el catéter en carótida por una jeringa de 20 cm3. Se
          dejaba fluir la sangre libremente hasta su detención espontánea. Al
          cabo de unos minutos el animal entraba en gran agitación y luego en
          depresión, a la cual seguía el coma y la muerte si no era tratado
          oportunamente. Cuando se presentaban los signos de colapso
          cardio-respiratorio con boqueo y desaparición del reflejo corneano,
          se restituía el 25% de la sangre extraída, con lo cual los animales
          se reponían durante un breve plazo. Al repetirse el colapso, se
          completaba la transfusión con el resto de la sangre. En los cobayos
          sangrados al máximo de este modo, y con la totalidad de su sangre
          restituida después de mantener la hipotensión hemorrágica el mayor
          tiempo posible, se producía un 94% de mortalidad. La cantidad de
          sangre perdida correspondía a un promedio de 4.8% del peso corporal y
          el período de hipotensión era de aproximadamente 40 minutos17, 18.
          Llamativamente la administración de 200 mg de ácido ascórbico por
          vía intraperitoneal o 100 mg por vía arterial (en la jeringa) 15
          minutos antes de iniciar la hemorragia, reducía la mortalidad al 6%
          con sobrevida normal del 94% de los animales. En ambos grupos de
          animales, tratados y controles, el curso de la hemorragia, su volumen
          y la duración del período de hipotensión eran idénticos19, 20.
 Con estos experimentos a medio completar interrumpí mi Beca para
          casarme. Al poco tiempo de regresar a Buenos Aires en 1945, proseguí
          con estas investigaciones en el Laboratorio de Fisiología
          Experimental Aplicada al Ejército del Hospital Militar Central en la
          que se denominó Sección Shock, que yo misma había montado.
          Confirmé el efecto beneficioso de la vitamina C y demostré que la
          cortisona por vía intraperitoneal permitía obtener un 40% de
          sobrevida en este modelo, mientras que la desoxicorticosterona no
          tenía efecto ninguno21, 22.
 Estos resultados tuvieron mucha repercusión y fueron trasladados a la
          prevención del shock quirúrgico en los ambientes de guerra con la
          aplicación profiláctica de vitamina C23, 24. En aquel entonces no
          tuvimos explicación para justificar el efecto tan beneficioso del
          ácido ascórbico y sólo se postuló que actuaba «facilitando la
          síntesis de corticoides fundamentales para el mantenimiento de una
          adaptación adecuada a la emergencia del shock». Eran los tiempos del
          nacimiento de los corticoides y las adrenales «estaban de moda» y se
          prestaban para las interpretaciones más diversas.
 Pasaron más de 50 años y hoy al saber tanto más de «shock» en
          todas sus facetas, se deben poder interpretar estos resultados a la
          luz de la moda de turno, es decir, del desequilibrio entre el oxígeno
          y el óxido nítrico, que es justamente el tema de este Simposio.
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