|  |  | CARTAS AL COMITE DE REDACCION
 
 El dilema de la terapia
          del cáncer y la relación oncólogo-paciente Federico Pérgola, Juan
          Carlos Fustinoni Casi en forma contemporánea con la lectura del Editorial de la
          Dra. Christiane Dosne Pasqualini1 hacíamos lo propio con un trabajo
          aparecido en Nature, de T.L. Orr-Weaber y R.A. Weinberg2, sobre A
          checkpoint on the road to cancer y quedamos admirados por la
          casualidad y los clarificadores conceptos de ambos. La enorme
          variabilidad de los conocimientos biológicos (casi un caos a la
          manera de Ilya Prigogine) nos recuerda permanentemente la precariedad
          de las verdades de la ciencia. En el caso de los autores mencionados
          en segundo término, no es ya el sistema de ataque sino la sagacidad
          del enemigo: la singular mutabilidad genética de la célula
          cancerosa.Resultados desalentadores en las investigaciones pueden indicar nuevos
          caminos, a veces seguidos de auspiciosos hallazgos pero, cuando el
          conocimiento se lleva al terreno pragmático y puede dar lugar a un
          fracaso peligroso, como sugiere la Dra. Dosne Pasqualini, ¿cómo se
          le solicita autorización a un enfermo para un tratamiento que más
          que incierto –que puede ser aceptado– resultará contraproducente?
          ¿La duda no le estará generando al profesional un problema de
          conciencia, un problema moral?
 Cuántas tribulaciones tenemos los médicos cuando recetamos un
          placebo, con cuántos mayores problemas se encuentra el oncólogo
          cuando prescribe un tratamiento que podría desestabilizar el
          equilibrio inmunológico.
 Dos lecturas que pueden efectuarse al Editorial convergen y plantean
          un problema ético-filosófico que corresponde desentrañar a la
          medicina antropológica. En primer lugar, aquello que la clínica
          médica pregona que no existen enfermedades sino enfermos, parece
          darse también a nivel de la investigación oncológica. Muchos
          pacientes se benefician con ciertas terapéuticas, otros no responden
          a ellas. En este campo, como en tantos otros de la biología, existe
          un camino abierto, difícil de transitar. En el caso del paciente
          oncológico este aspecto adquiere una mayor dramaticidad.
 Cruel paradoja. A la luz de las investigaciones que comenta la Dra.
          Dosne Pasqualini, la complacencia del organismo –de ciertos enfermos–
          para algunas medicaciones no sólo caería en el controvertido
          problema ético del uso del placebo sino en una especie de
          procedimiento vil que acotaría las posibilidades de vida. Esto no es
          nuevo en la historia de la medicina y todos los que hemos transitado
          largo trecho por esta profesión, ejerciéndola, tenemos recuerdo y
          conciencia de indicaciones y medicamentos que el tiempo se encarg·de
          decirnos no solamente de su inoperancia sino tambi? de sus efectos no
          recomendables. En estos casos espec?icos ?ue comenta la
          editorialista·caer?mos en las caracter?ticas del ensayo cl?ico, que
          comenz·a sistematizarse hace exactamente 20 a?s ·978·con el Informe
          Belmont que fue la conclusión de los trabajos de la Comisión
          Nacional para la Protección de los Sujetos de Investigación de las
          Ciencias Biomédicas y del Comportamiento, creada por el Congreso de
          EE.UU. en julio de 1974. Los cuatro principios de esa Comisión,
          ampliados con posterioridad, fueron: autonomía (respetar las
          preferencias de las personas), beneficencia (respetar sus ideales de
          buena calidad de vida), no-maleficencia (no hacer daño) y justicia
          (distribuir equitativamente las cargas y los beneficios). Estos
          preceptos deben regir el ensayo clínico, pero estamos refiriéndonos
          al tratamiento del enfermo oncológico, con drogas que –en
          apariencia– han cumplido los pasos del ensayo, sobre todo en
          animales de experimentación y, como es obvio, en otros hombres. Acá
          todo se reducirá al hipocrático Primun non nocere.
 Hoy, que los efectos de las drogas se están midiendo a nivel celular,
          nos está revelando su enorme complejidad, desnudada recién en la
          última mitad de este siglo, e indicando lo precario aún de nuestros
          conocimientos pero, asimismo, cuánto se ha logrado en tan poco
          tiempo. Cabe destacar también que, mientras el ser humano es
          poligenético, la experimentación animal se efectúa con cepas
          genéticamente idénticas, prácticamente sobre clones.
 La segunda lectura del editorial de la Dra. Dosne Pasqualini está
          referida a la parte más importante del acto médico, aquella que ha
          permanecido invariable frente a todos los tipos de médicos y a todos
          sus sistemas: el enfermo. Michel Balint resumía todos sus estudios
          sobre la relación médico-paciente en una sentencia sorprendente y
          real: el médico es medicina. Fuera de su presencia que consuela
          cuando no puede curar o mejorar, el medicamento cumple también un
          protagonismo con su sola indicación, con su «efecto placebo», donde
          logra un 30% de «buenos resultados», mitigando el dolor y/o
          mejorando el ánimo o la esperanza del enfermo. ¿Qué le podemos
          ofrecer cuando la duda sobre su eficacia nos supera? En un reciente
          trabajo sobre el uso del placebo referido específicamente al ensayo
          clínico, Francisco J. de Abajo y Diego M. García3 expresan: «Los
          problemas más importantes que plantea el uso de placebos comienzan
          cuando no existe el estado de indeterminación clínica, porque hay
          tratamientos ya validados fuera del ensayo o porque el tratamiento
          supuestamente experimental ha superado el proceso de validación. Ante
          esas situaciones, la reacción mayoritaria puede ser considerar como
          no ético el uso del placebo. En su apoyo se suele acudir al punto
          II.3 de la Declaración de Helsinki...». Creemos, no obstante, que
          cuando el resultado es negativo o sospechosamente perjudicial para el
          enfermo, el planteo ético del oncólogo vendrá después de su
          intervención, es decir, ante el fracaso del tratamiento.
 Es probable que ese wishful thinking, al que alude la autora, sea
          parte del refuerzo que se intenta realizar con el efecto placebo que,
          en los casos no favorables no solamente constituya un efecto nocivo,
          ante la percepción subjetiva del paciente, sino un efecto
          iatrogénico «que a menudo existe y se atribuye equivocadamente –como
          dice la Dra. Dosne Pasqualini– a una ‘resistencia’ del cáncer
          al tratamiento».
 La convocatoria al m?ico de cabecera para el papel de moderador, para
          que efect? el balance entre los pros y los contras del tratamiento
          agresivo, con la correspondiente mala calidad de vida del paciente
          frente a las ?pocas? posibilidades de sobrevida, es un llamado al
          sentido com?. Sentido com? del que m? de una vez carecemos los m?icos
          como cuando se indican t?nicas invasivas que no redundar? ning?
          beneficio ni servir? para establecer terap?ticas destinadas a mejorar
          al enfermo o, simplemente, cuando se establece un pesado plan
          dietético y terapéutico para una leve hipercolesterolemia en un
          anciano de edad avanzada.
 El editorial de la Dra. Dosne Pasqualini es un llamado a la cordura o,
          en una mínima expresión, a la reflexión sesuda.
 Dirección portal: Federico Pérgola, Juan Carlos Fustinoni.
          Freire 2211, 1428 Buenos Aires Bibliografía 1. Pasqualini CD. El dilema de la terapia del cáncer y la
          relación oncólogo-paciente. Medicina (Buenos Aires) 1998; 58: 113-6.2. Orr-Weaver TL, Weinberg RA. A checkpoint on the road to cancer.
          Nature 1998; 392: 223-4.
 3. De Abajo J, García DM. Etica del uso del placebo en investigación
          clínica. Investigación y ciencia 1997; 254: 90-9.
 - - - - María Patricia BernalInstituto de Estudios Oncológicos, Academia Nacional de Medicina,
          Buenos Aires
 En el editorial de Medicina «El dilema de la terapia del cáncer y
          la relación oncólogo-paciente» la Dra. Pasqualini pregunta:
          «¿qué pasa con los pacientes?». Ante el desafío de la cura del
          cáncer, el oncólogo con una «nueva droga», como el investigador en
          el laboratorio, espera un resultado positivo, «wishful thinking»,
          sin tener en cuenta otras posibilidades, a pesar de la evidencia
          estadística. ¿Qué pasa entonces con los pacientes? ¿Hay alguien
          «imparcial» para decidir: el oncólogo, el médico de cabecera, el
          equipo tratante, la familia, el mismo paciente?En medicina, la toma de decisiones se realiza en condiciones de
          incertidumbre, según expresan Beauchamp y McCullough1. Siguiendo las
          leyes de la lógica, el médico se orienta hacia los intereses del
          paciente a través de los principios de beneficencia y autonomía,
          completan estos autores.
 Su interrogante, Doctora, lanzado desde su lugar de investigadora, nos
          convoca como clínicos, a una reflexión interdisciplinaria sobre
          nuestra posición frente a los pacientes, por quienes Ud. se pregunta
          con su innata curiosidad científica.
 Adhiero a la insoslayable dimensión ética de la profesión médica
          que plantea en su reflexión, inclinándome por el respeto a la
          autonomía del paciente.
 Bibliografía 1. Beauchamp TL, Mc Cullough LB. Etica médica. Las
          responsabilidades morales de los médicos, Barcelona: Editorial Labor,
          1987.   NeumoníA adquirida en
          la comunidad en adultos Jorge A. PilheuLiga Argentina contra la Tuberculosis
 Deseo hacer algunas consideraciones sobre el artículo
          recientemente publicado en Medicina (Buenos Aires) 1997; 57: 343-355,
          por los Dres. Carlos M. Luna y colaboradores.En el capítulo Epidemiología (pág. 344), al mencionar un grupo de
          afecciones crónicas habitualmente denominadas comorbilidades no
          incluyen al tabaquismo. La adicción al tabaco, cuya prevalencia en
          nuestro país puede estimarse en el 35% de la población adulta, es la
          causante de alteraciones en todo el aparato respiratorio, desde las
          fosas nasales hasta el alvéolo, que favorecen indudablemente todas
          las infecciones incluyendo las neumonías. El cuadro clínico y la
          evolución de una neumonía pueden ser bastante diferentes si el
          paciente nunca fumó o fuma 40 cigarrillos por día. Además, la
          aparición de una neumonía en una persona joven y fumadora es siempre
          una excelente oportunidad para el médico tratante para educar al
          paciente y convencerlo de abandonar el hábito de fumar.
 Me parece que esta omisión involuntaria del tabaquismo como factor
          predisponente importante para casi todas las enfermedades
          respiratorias puede solucionarse fácilmente en el futuro con
          agregados a esta guía. La insistencia ante los médicos asistenciales
          para que eduquen a la población con respecto al tabaco será siempre
          útil.
 Dirección postal: Jorge A. Pilheu. Liga Argentina contra la
          Tuberculosis. Av. Santa Fe 4292, 1425 Buenos Aires   Ejercicio y muerte
          súbita Héctor H. Berra El Dr. Díaz Colodrero en el Editorial de Medicina1 dedicado a la
          posibilidad de prevenir la muerte súbita relacionada con el
          ejercicio, después de un análisis del problema pregunta, si a la luz
          de los datos presentados «¿se justifica un método de detección
          general sin considerar las diferencias en el riesgo (atletas vs.
          recreativos, hombres vs. mujeres) y la baja incidencia de la muerte
          súbita?» Y más adelante «¿son todos los casos previsibles?»,
          concluyendo sintéticamente con cuatro situaciones posibles.A ellas debería agregarse el numeroso grupo de niños y jóvenes que
          participa obligatoriamente de actividades formativas como parte del
          currículum escolar, que, se sostiene, tienden a favorecer un
          desarrollo físico armonioso paralelo al intelectual, más enfatizado
          en el discurso que en la práctica, a juzgar por la carga horaria
          asignada a Educación Física. Este grupo tiene particular interés,
          porque a diferencia de quienes deciden libremente realizar ejercicios
          o practicar deportes –aunque no estuviera concluyentemente
          demostrada una mejoría en la calidad de vida o morbimortalidad
          asociada a la realización de los mismos– y optan en forma
          «privada», la obligatoriedad escolar convierte a la Educación
          Física y a las actividades desarrolladas en relación a ella en una
          cuestión «pública».
 No está demás recordar, entonces, que en este caso se crean
          responsabilidades a varios niveles que no deberían ser tomadas con
          ligereza, aunque las complicaciones graves sean infrecuentes. Sin
          embargo, no existen pautas precisas al respecto en la provincia de
          Santa Fe y hasta donde he podido averiguar, tampoco en otras
          provincias.
 Si bien el juego y la actividad son tendencias naturales en los ni?s,
          existe a? controversia sobre la contribuci? del ejercicio durante la
          infancia y adolescencia a la salud del ni? y el adulto2.
          Paradójicamente, si fuera beneficioso, resulta curioso que la
          educación estimule en general hábitos sedentarios.
 Por otra parte, si el movimiento y ejercitación tienen valor en el
          desarrollo, fortalecimiento y coordinación de las estructuras
          sensitivo-motoras y ello contribuye a la salud, habría que convenir
          que aunque pueden esperarse accidentes, síncopes y muertes súbitas,
          la Educación Física estaría justificada restando definir cuáles
          deberían ser las actividades a desarrollar y la metodología a
          emplear3, 4.
 Una reciente revisión realizada en el Reino Unido sobre el tema2,
          puede sorprender a quienes crean que en relación a los beneficios del
          ejercicio ya no queda nada por discutir. Como señalan los autores las
          verdaderas dificultades en este sentido se hallan a la hora de evaluar
          los resultados.
 Superado este aspecto nos encontramos con otra cuestión cual es
          ¿hace falta examinar expresamente a niños y jóvenes para participar
          en clases de Educación Física? Quizás bastaría que el pediatra que
          asiste al niño entregue una ficha o resumen de su historia5. La
          realidad sin embargo es que no todos los niños están en igualdad de
          condiciones en este sentido, aun los que concurren a un mismo
          establecimiento educativo6. Y entonces una dificultad importante es la
          posibilidad de obtener la certificación correspondiente y la
          distorsión relativa a la validez de lo que se obtiene y se acepta.
 Aún para el caso que todos pudieran ser atendidos de manera
          satisfactoria –médicos no faltan– ¿en qué debería consistir la
          evaluación? Existen entre nosotros propuestas5, 6 que pueden
          perfeccionarse, adaptándolas si corresponde para realizarla en forma
          masiva, para ello debería reunir algunos requisitos: ser rigurosa,
          sencilla y económica.
 Luego quedaría definir la incorporación de los niños con
          dificultades o enfermedades, de manera que en ningún caso sean
          excluidos, marginados, estigmatizados, etc.
 Por otra parte, un examen satisfactorio o poseer aptitud para realizar
          ejercicios no excluye necesariamente la posibilidad de problemas7.
          Teniendo esto en cuenta, parece justificado lo señalado por el Dr.
          Díaz Colodrero de tener equipos de reanimación y saber qué hacer
          con ellos –también puede realizarse una interesante actividad
          docente con los mismos–.
 Para finalizar, retomo un comentario del mismo editorial donde se
          señalan «los casos de muerte súbita producidos por factores
          externos, golpe de calor... y los raros casos que siguen a un golpe
          brusco en el pecho. La prevención de esta muerte súbita no depende
          sólo de los médicos, sino también de entrenadores, dirigentes, y
          organizadores» y me permito agregar a los padres para el caso que
          planteo, quienes con los maestros, los niños y jóvenes deberían
          participar en el proceso, aprendiendo, debatiendo y decidiendo en
          temas para nada triviales: Educación y Salud.
 Dirección portal: Héctor H. Berra. Urquiza 6875, 2000
          Rosario Bibliografía 1. Díaz Colodrero G. Ejercicio y muerte súbita ¿Es posible su
          prevención? Medicina (Buenos Aires) 1997; 57: 379-81.2. Riddoch CJ, Boreham C. The health-related physical activity of
          children. Sports Med 1995; 19: 86-102.
 3. Ciró R. Educación Física, Juego y Deporte. En: Ciró RO:
          Fisiología Deportiva. Buenos Aires: El Ateneo, 1987; 180.
 4. Instituto Bonaerense del Deporte. Programa de evaluación,
          diagnóstico e investigación de la aptitud física y la salud.
          Resultados finales. Buenos Aires, 1996.
 5. Comité de Salud Escolar. Certificación de aptitud física para la
          práctica deportiva en niños y adolescentes. Arch Arg Pediatr 1995;
          93: 107-8.
 6. Berra HH, Pezzotto SM, Poletto L. Certificados de Salud y Aptitud
          par cursar Educación Física en las Escuelas. Rol del cardiólogo.
          Rev Fed Arg Cardiol (en prensa).
 7. Consensus UCARE/IVF-US. Survivors of Out-of-Hospital cardiac arrest
          with apparently normal heart. Need for definition and standardized
          clinical evaluation. Circulation 1997; 95: 265-72.
 - - - - Guillermo Díaz ColodreroClínica Médica, C.C.P.M.
 El Dr. Berra hace hincapié en su comentario sobre la necesidad de
          incluir a los niños de nivel escolar dentro de los grupos mencionados
          en el editorial, y además establecer normas para la participación
          –de hecho obligatoria– en educación física durante el período
          escolar primario. No siendo pediatra mi comentario se referirá a
          aspectos generales.El problema para separar al nivel primario del de los adolescentes
          hasta los 20 años es que debería demostrarse un riesgo diferente de
          muerte súbita durante el ejercicio, o una marcada diferencia en las
          patologías que la causan. Pero lo que ocurre en ambos grupos es una
          notoria superposición en cuanto al riesgo relativo y a las causas
          principales (datos no mostrados en el editorial). Por ende una
          separación parecería arbitraria. Aún así, la necesidad de
          establecer pautas para un examen médico en los niños es clara.
 En primer lugar, a menudo se confunde el examen médico
          preparticipación deportiva con el llamado examen periódico de salud.
          Dado que en muchos lugares es quizás el único examen que el sujeto
          tendrá durante un tiempo considerable1, dicha confusión hace que los
          especialistas no se pongan de acuerdo sobre qué pedir y qué omitir,
          con el aumento del costo que esto implica. Se llega entonces a la
          situación paradójica de que este examen lo realizan aquellos con
          capacidad de pago, el resto –el grupo que quizás más lo necesite–
          debe acudir a hospitales públicos poco preparados para esto, y en
          donde las prioridades son desde luego otras.
 En segundo lugar se mezcla el problema de la muerte súbita durante el
          ejercicio con el del examen preparticipación y el certificado de
          aptitud física. Algunas normas consideran el problema primero desde
          el punto de vista del certificado2. A mi juicio los médicos
          especialistas debemos ponernos de acuerdo a priori sobre qué tipo de
          examen es el adecuado para la población a nuestro cargo. Esto debe
          basarse en lo publicado en la literatura, y aunque su aplicación en
          nuestro país diste de lo ideal, hay que insistir en tender a ello. Es
          sólo luego de ser resuelto este punto que podremos acordar conductas
          con los demás involucrados, tales como profesores de educación
          física, autoridades escolares, padres, etc. Por último deberá
          contemplarse el aspecto legal (y aquí es donde recién se plantearía
          el problema de un certificado médico) y el costo de su aplicación.
 Desde el punto de vista de la especialidad, la finalidad del examen
          preparticipación es:
 a) Determinar si los examinados pueden participar en actividades
          físicas1, 3.
 b) Establecer si existe una condición que pudiera empeorar con la
          práctica de ejercicio.
 Nótese que no se especifica que se deban separar indefectiblemente a
          los sanos de los enfermos y evitarles a estos últimos las actividades
          físicas. Por ejemplo un niño con enfermedad de Von Willebrand
          podría jugar al tenis pero no al rugby, los asmáticos pueden usar
          drogas inhalatorias durante la práctica deportiva, la ausencia de un
          riñón descarta los deportes de colisión, etc. Pero un sujeto que ha
          tenido traumatismo de cráneo y amnesia de pocos minutos de duración
          no podrá participar en su deporte durante varias semanas, aún con un
          examen normal1, 3.
 En la práctica el examen se centra en dos partes: un examen
          cardiovascular hecho por un profesional entrenado en el que se
          incluyan antecedentes cardiovas-culares y síntomas vinculados al
          ejercicio4 y un examen ortopédico mínimo. Esta última parte no debe
          desestimarse dado que la mayoría de las alteraciones se encuentran en
          el área traumatológica1. Pueden agregarse datos antropométricos y/o
          una anamnesis nutricional, pero ello no es estrictamente necesario.
          Como este examen debe determinar sólo si se puede participar o no,
          puede realizarse de manera costo-efectiva en la misma escuela, club o
          gimnasio3. La técnica consiste en: a) Complementar un cuestionario
          con preguntas específicas –además de la historia clínica
          convencional–, b) el examen cardiovascular, y c) el examen
          ortopédico. Esto requiere distintos operadores, quienes trabajan
          simultáneamente. Este examen no necesita de grandes instalaciones y
          es más rápido y tan efectivo como el realizado en el consultorio por
          un solo individuo. De echo no se recomiendan análisis de rutina de
          laboratorio ni radiografías complementarias. El ECG parece ser útil
          como método de detección general, pero se discute si es de valor a
          nivel primario5. Con los resultados se califica a los examinados como
          aptos, aptos condicionales o no aptos para la práctica de actividad
          física. Lógicamente puede haber en ocasiones casos falsos negativos
          (v.g: sujetos examinados que presenten complicaciones vinculadas al
          ejercicio), pero es mucho más frecuente encontrarse con falsos
          positivos5.
 Dado que existen muchos médicos pero relativamente pocos con destreza
          en Medicina del Deporte, si consideramos el problema a nivel nacional,
          parece conveniente que el examen a nivel escolar primario lo realice
          un pediatra con conocimientos generales de la especialidad, el cual
          deberá entrenarse para ello.
 En relaci? a la pregunta de si deben examinarse a ni?s y j?enes para
          participar en clases de educaci? f?ica, puedo aventurar una respuesta
          provisoria. Si ha sido examinado por un pediatra y no hay hallazgos
          positivos, no es necesario un segundo examen. Si no ha sido examinado:
          debe hacerse el examen prepartici-pación únicamente. Si nunca se
          hizo un ECG, debe realizarse al finalizar el período primario (o en
          el 8° grado actual)3. Y básicamente, no se deben hacer certificados
          de favor. En esto coincido en que se debe enseñar a profesores,
          entrenadores y padres. Un ejemplo es el certificado para el test de
          Cooper en donde se somete a decenas de sujetos a un ejercicio máximo
          (usualmente la carrera de 12 minutos), muchas veces sin averiguar
          cuál es la condición real de los testeados. Los profesores deben
          hacerlo para calificar a los alumnos rápidamente, y los alumnos
          hacerlo para no reprobar. Esto ha provocado muerte súbitas en nuestro
          país, debido a una mala implementación de este test (Dr. Carlos
          Freire, observación no publicada)6.
 No debe olvidarse que la muerte súbita durante el ejercicio, si bien
          ocurre en niños y adolescentes, es bastante rara. También debe
          compararse el riesgo de muerte súbita con otras patologías: en EE.UU
          se calcula que mueren 35 atletas por año de los 7 millones de
          adolescentes que practican deportes2, pero se producen 15.000 a 18.000
          muertes por accidente automovilístico y 5.000 suicidios en el mismo
          período3.
 Debido a que aún falta una ley del deporte reglamentada con alcance
          nacional, la Asociación Metropolitana de Medicina del Deporte invitó
          a miembros de la Sociedad Argentina de Pediatría, Sociedad de
          Traumatología del Deporte y Sociedad Argentina de Cardiología a
          discutir este punto el pasado mes de noviembre. Los resultados de esta
          reunión están en vías de publicarse este año3.
 Dirección postal: Guillermo Díaz Colodrero. Clínica
          Médica, C.C.P.M. Sánchez de Bustamante 1742, 1425 Buenos Aires Bibliografía 1.. Cromer y col. Preparticipation Sports Evaluation. J Adolesc
          Health 1992; 13 (Suppl): 61-5.2. Comité de Salud Escolar. Certificación de aptitud física para la
          práctica deportiva en niños y adolescentes. Arch Arg Pediatr 1995;
          93: 107-8.
 3. Asociación Metropolitana de Medicina del Deporte. Mesa Redonda.
          Certificado de aptitud física. Rev Argent Med Dep (en prensa).
 4. Díaz Colodrero G. Ejercicio y muerte súbita: se necesitan nuevas
          categorías. Rev Argent Med Dep 1995; 17: 84-94 (parte I) y 1996; 18:
          23-32 (parte II).
 5. Fuller CM, McNulty CM, Spring DA, Arger KM y col. Prospective
          screening of 5615 high school athletes for risk of sudden cardiac
          death. Med Sci Sports Exerc 1997; 29: 1115-23.
 6. Asociaci? Metropolitana de Medicina del Deporte. Normas para la
          realizaci? del test de Cooper. Rev Argent Med Dep (en prensa).
 
 
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