|  |  | Adherencia a
          tratamientos farmacológicos Alberto Agrest Los tratamientos se inician con la intención de tratar de los
          médicos y la aceptación del tratamiento por parte de los pacientes.
          Así como hay una distancia entre la intención de tratar del médico
          y la prescripción del tratamiento, existe también una distancia
          entre la aceptación y la adherencia del paciente al tratamiento. La
          adherencia del paciente se inicia en la aceptación y debe prolongarse
          en su cumplimiento. La aceptación es un acto momentáneo, el
          cumplimiento es un acto que se reedita a lo largo del tiempo con cada
          toma del medicamento.¿Cómo se hace para que una aceptación se convierta en cumplimiento?
          Parece claro que se requiere una fuerza docente convincente del
          médico y una memoria con fuerza compulsiva internalizada en el
          paciente. Este recordar compulsivo a lo largo del tiempo revela una
          estructura obsesiva, hipocondríaca porque se refiere a la presencia
          permanente cercana a la conciencia de la enfermedad o una
          médico-dependencia. Por otra parte el abandono del tratamiento puede
          representar un acto revelador de aspectos depresivos y ocasionalmente
          suicidas. La fuerza convincente del médico depende de su ingenua
          convicción, de su capacidad docente de transmitir un conocimiento, y
          a veces de incentivos que hacen dudar de tal ingenuidad. La adherencia
          al tratamiento dependerá no sólo de las condiciones físicas y
          psicológicas del paciente sino también de su contexto familiar y
          social, racional, emocional y económico.
 Aceptar y cumplir un tratamiento significa no sólo admitir el poder
          persuasivo del médico sino también admitir su filosofía y una
          invasión de la intimidad capaz de alterar hábitos en aras de un
          resultado futuro. La adherencia al tratamiento se admite pues, como
          una disminución de la incertidumbre de lo que depara el futuro. Los
          médicos vemos en la no adherencia al tratamiento una falla en nuestra
          capacidad didáctica, estolidez del paciente o una expresión de su
          rebeldía como ocurre muy frecuentemente en adolescentes. Debe
          reconocerse que la población de pacientes es heterogénea no sólo
          por las distintas enfermedades que se padecen, sino también por
          capacidades intelectuales, económicas, hábitos culturales, y
          equilibrio emocional. Debe tenerse en cuenta también la influencia
          del contexto familiar y social que pueden ayudar a la adherencia al
          tratamiento o por el contrario socavar las intenciones de adherencia.
          En niños y ancianos, depresivos, psicóticos y dementes el contexto
          familiar y social es fundamental pero también puede serlo en adultos
          sin alteraciones psiquiátricas manifiestas cuando los efectos
          adversos de la medicación perturban las relaciones interpersonales y
          también cuando en pacientes con enfermedades transmisibles existen
          riesgos de propagar una enfermedad si no se adhiere a los
          tratamientos.
 En Filadelfia se ha propuesto el 90SI (noventa segundos de
          intervención) que consiste en llamar por teléfono a la persona que
          el paciente refiere como alguien que puede ayudarlo a adherir al
          tratamiento e informarlo de cómo puede ayudar al paciente. Por otra
          parte la adherencia depende de las dificultades que encuentra el
          paciente para el acceso a la medicación y al control periódico
          profesional, escollos económicos y estupideces burocráticas que
          dependen de los sistemas de organización médica. Enseñar técnicas
          de autocontrol o el control participativo de personal paramédico
          pueden facilitar este acceso y contribuir a una mejor adherencia.
 La aceptación y cumplimiento de una medicación debe tener en cuenta
          dos aspectos distintos, el primero es si alivia síntomas o previene
          consecuencias catastróficas, el segundo aspecto se refiere a la
          duración del tratamiento. Es más fácil la adherencia al tratamiento
          cuando cualquier omisión es seguida por la reaparición de síntomas.
          Es más fácil cuando la muerte parece inexorable si se suspende el
          tratamiento y se vive esta suspensión como un suicidio. El segundo
          aspecto se refiere a la duración del tratamiento y aquí pueden
          considerarse tres situaciones distintas, la primera se refiere a los
          tratamientos de corta duración (de menos de 1 mes), la segunda a los
          tratamientos de larga duración (entre 1 mes y dos años) y la tercera
          a los tratamientos de por vida, sea en forma continua o
          intermitentemente.
 La adherencia a los tratamientos de corta duración suele ser
          satisfactoria aunque a veces aceptada a regañadientes. Los
          obstáculos en esta situación se refieren sobre todo a molestias por
          la vía de administración, sabor desagradable o efectos adversos
          digestivos. La industria farmacéutica se ha esmerado en conseguir
          fármacos que puedan ser administrados por vía oral, mejorar los
          sabores hasta hacerlos atractivos y mejorar su tolerancia digestiva.
          El campo de los antibióticos, analgésicos y antitusígenos ofrecen
          buenos ejemplos. En estos tratamientos las normas suelen ser claras
          aunque en general los médicos solemos excedernos en la magnitud y en
          la extensión de los tratamientos en aras de una mayor certidumbre,
          aunque esto repercuta en un mayor costo económico. La excepción a
          esta regla ocurre cuando los propios médicos se convierten en
          pacientes, en estos casos los tratamientos se acortan por debajo de
          las indicaciones y de las normas. Debe reconocerse que no por eso
          ocurren mayores complicaciones. La justificación de esta actitud
          podría ser la confianza que tiene el médico en su nivel de alerta,
          del que carece el paciente no médico. En los tratamientos cortos el
          médico suele tener una convicción, acertada o errada, pero que de
          todos modos constituye un factor que influye poderosamente en la
          adherencia de los pacientes.
 La adherencia a tratamientos largos es más complicada, a las
          dificultades anteriores se suman efectos adversos de mayor riesgo o
          que interfieren más con la calidad de vida del paciente y aparecen
          problemas económicos para solventar los costos de los medicamentos,
          de las visitas médicas y los controles de laboratorio. Múltiples
          medicamentos, múltiples visitas médicas y múltiples controles
          atentan contra la capacidad económica de los pacientes y socavan su
          adherencia, excepto la de la población ansiosa hipocondríaca que
          estimulada por la ola cultural de medicalización seudocientífica se
          siente más segura con la gran utilización de recursos. El uso masivo
          de medicamentos, convertido este uso en tema social, se convierte en
          una presión que ayuda a mantener la adherencia del mismo modo que la
          presión social ayuda a no fumar o a hacer dietas adelgazantes. Aquí
          hay que agregar también las dudas que socavan la convicción médica.
 La adherencia a tratamientos de por vida agrega a las dificultades
          anteriores el tener que aceptar una dependencia médica. Para aceptar
          la dependencia médica se requieren rasgos de personalidad capaces de
          contrarrestar una tendencia natural de rebeldía que no acepta ver
          violada su autonomía. Es precisamente en los tratamientos crónicos
          donde se dan más frecuentemente las fallas en la adherencia al
          tratamiento. El médico debe estar alerta a esta circunstancia y debe
          explicar claramente al paciente cuales pueden ser las consecuencias de
          esta falta de adherencia. La supresión de la medicación no sólo
          puede dejar al descubierto la protección que se ejercía sobre una
          enfermedad sino en algunos casos provocar un fenómeno rebote con
          exacerbación de los procesos previamente inhibidos por el
          tratamiento.
 Las catástrofes que ocurren en los hipertensos malignos que abandonan
          el tratamiento antihipertensivo, aun en los hipertensos moderados si
          suspenden la clonidina, y los accidentes tromboembólicos en los que
          suspenden el tratamiento anticoagulante son buenos ejemplos de este
          efecto rebote. El coma diabético, las convulsiones en los
          epilépticos, los accesos de asma y los ataques de gota son buenos
          ejemplos de la desprotección a la que se someten los pacientes al
          abandonar el tratamiento. El médico debe tener cabal conocimiento de
          las consecuencias de la falta de adherencia al tratamiento,
          explicarlas claramente a los pacientes y asegurarse que el paciente y
          algún familiar cercano hayan comprendido exactamente estas
          advertencias.
 Este es uno de los ejemplos en los que se advierte la necesidad
          imperiosa de que el médico tenga como cualidad deseable una adecuada
          capacidad docente con sus pacientes. Una insatisfacción del paciente
          con respecto a las instrucciones del médico o una falla en la
          comprensión de las mismas evidencian una incapacidad docente del
          médico que tiene una significativa repercusión en la falta de
          adherencia a los tratamientos. Una exigencia insoslayable para con los
          médicos es que tengan la capacidad de hacer que sus indicaciones sean
          comprensible para los pacientes. No puede dejar de reconocerse que las
          indicaciones terapeúticas ocurren al final de la entrevista médica y
          que después de una historia clínica plagada de tensiones el médico
          puede estar agotado para ese último esfuerzo y nuevamente influyen
          una falta de convicción, muchas veces más que justificada dado el
          sutil fraude de la promoción de algunos recursos preventivos.
 La indicación del tratamiento puede ser una larga negociación con el
          paciente y a veces merecerá una entrevista especial para ella. Es
          necesario recordar que una mayor adherencia al tratamiento puede ser
          un factor fundamental para el éxito terapéutico, horarios, vías de
          administración, costo de la medicación, facilidades de acceso a los
          controles pueden hacer elegir un esquema de tratamiento sobre otro por
          conseguir mejor adherencia, aunque otro tratamiento que consigue menor
          adherencia pueda parecer teóricamente más apropiado.
 Reconocer las barreras a la adherencia al tratamiento farmacológico
          es un imperativo para una buena asistencia médica ya que permite
          desarrollar las estrategias que aseguren un mejor resultado
          terapéutico. En este sentido el médico de familia está en mejores
          condiciones que los especialistas y la industria médica para
          optimizar estas estrategias. No es lo mismo la adherencia a los
          tratamientos farmacológicos en una investigación hospitalaria y en
          la práctica abierta en la que el sometimiento es menor y la
          influencia del contexto más poderosa. Elementos de lógica racional y
          elementos del pensamiento mágico pueden disponerse en proporciones
          variables para conseguir el mayor beneficio para el paciente y la
          sociedad, se obedece así al juramento hipocrático explícito de
          curar y confortar y al juramento implícito, si se aceptan los
          principios de una medicina científica, que exige decir la verdad. No
          es fácil acertar en una proporción de pensamiento mágico y
          racionalidad científica que nos aleje del charlatanismo y del
          cientificismo que pretende ignorar las consecuencias de sus actos.
          Este es un desafío ético para cada uno de los médicos.
 Quizás un principio ético simple sería preguntarse si uno mismo
          seguiría las indicaciones que está dando. Simplemente no hagas a los
          demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti y tampoco deja de
          hacer a los demás lo que no te gustáría que dejaran de hacer por
          ti. Esto no es absoluto pero es un buen modo de empezar para luego
          justificar las desviaciones a esa regla.
 Creo que la evolución hacia la industrialización de la atención
          médica provocará la aparición de los especialistas terapéuticos.
          De hecho los oncólogos, los infectólogos y los especialistas en
          tratamiento del dolor ya se han convertido en esto. La proliferación
          de medicamentos hará imposible que un médico esté informado de
          todos los medicamentos, sus acciones terapéuticas, sus acciones
          adversas, sus interacciones, sus diferencias farmacocinéticas y sus
          precios. El paciente, en una planta de montaje, verá distintos
          operarios tratando de armar su vida a partir de los diagnósticos de
          sus enfermedades. El médico de familia será un héroe de nuestro
          tiempo si logra racionalizar una era postindustrial. Hay que ser
          optimista, sólo se requiere una informática de buena calidad y
          asequible y varias toneladas de sentido común y honestidad.
 Dirección postal: Alberto Agrest. Castex 3575, 1425 Buenos
          Aires 
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