MEDICINA - Volumen 56 - Nº 2, 1996
MEDICINA (Buenos Aires) 1996 

       
     

       
   
 
SINDROME METABOLICO DE RIESGO VASCULAR E HIPERTENSION ARTERIAL
 
ALFREDO OSVALDO WASSERMANN, CRISTINA PATRICIA GROSSO
Comité de Hipertensión, Hospital Municipal de Vicente López, Dr. Bernardo A. Houssay,Buenos Aires

Palabras clave: síndrome metabólico, riesgo vascular, hiperinsulinemia, resistencia insulínica, obesidad, hipertensión arterial
 
Resumen
 
La hipertensión se asocia a alteraciones metabólicas vinculables a hiperinsulinemia, como posibles resultantes de nuestros hábitos de vida. Las relaciones entre obesidad central, hiperinsulinemia, actividad simpática, dislipemia, aterosclerosis, retención de sodio, reactividad vascular alterada e hipertensión, permiten establecer nexos fisiopatológicos que no son exhaustivamente comprendidos en la actualidad, pero con probable implicación etiológica. Aun sin establecer un puente entre la obesidad y la hipertensión a través de la hiperinsulinemia, el síndrome metabólico condiciona incremento tanto del riesgo vascular como de la presión arterial, y nos hace reconsiderar la definición de hipertensión esencial en estos pacientes.
 
Summary
 
Vascular risk metabolic syndrome and hypertension
Hypertension is associated with metabolic disturbances that may be related to hyperin-sulinemia, both resulting from our lifestyle. Insulin resistance generated by central obesity, and complex relations with sympathetic activity, dyslipemia, atherosclerosis, sodium retention, altered vascular reactivity and hypertension, lead to pathophysiological connections, that are still to be understood. Even if obesity and hypertension were not related through hyperinsulinemia, the metabolic syndrome increases either vascular risk or hypertension, and it has to be re-evaluated whether essential hypertension is an adequate diagnosis for these patients.
 
Dirección postal: Dr. Alfredo O. Wassermann, Vergara 1641, 1602 Florida, Buenos Aires, Argentina

Recibido: 25-IX-1995 Aceptado: 21-XI-1995
 
Los estudios epidemiológicos y guías de diagnóstico, evaluación y tratamiento de la hiperten-sión arterial (HTA) destacan con intensidad creciente la relación de esta entidad con variables metabólicas cuya expresión fenotípica parece vincularse a los hábitos de vida1, 2. Estas relaciones resultan evidentes en el Estudio del Corazón de San Antonio, en el cual se halló que el 75% de los pacientes tenían alguna alteración bioquímica ligada al metabolismo hidrocarbonado o lipídico, u obesidad asociada a la hipertensión. En especial, la presión arterial diastólica resultó directamente relacionada con la insulinemia tanto en ayunas como posterior a la sobrecarga de glucosa, aun después de realizar ajustes por edad, sexo, índice de masa corporal, relación entre la circunferencia del talle y circunferencia glútea (CT/CG), etnicidad y glucemia3.
Desde que se dispone de la posibilidad de determinar la concentración sérica de insulina, se pudo establecer la presencia de insulinemias elevadas en los pacientes hipertensos4. A partir de entonces, diversos autores han reportado la presencia de hiperinsulinemia en pacientes que manifestaban lesiones vasculares coronaria, cerebral, o de miembros inferiores, con sintomatología isquémica o asintomáticos5.
Posteriormente se demostró que la captación celular de glucosa mediada por insulina se hallaba alterada en los hipertensos, quienes presentaban curvas de tolerancia a la glucosa con concentraciones superiores a las halladas en individuos normotensos6. También las insulinemias basal y estimulada por sobrecarga de glucosa son más elevadas en los pacientes hipertensos6. Además, cuanto más elevadas las concentraciones de glucosa e insulina como respuesta a la sobrecarga de glucosa, menores resultan las concentraciones de HDL colesterol y más elevada la relación entre LDL y HDL colesterol6. Con la técnica de clamp euglucémico en hipertensos esenciales no obesos ni diabéticos, se ha observado insulino-resistencia, aun con insulinemias basales normales7,9. Sin embargo, este tema permanece controvertido y otros autores no encuentran relación entre la hiperinsulinemia y la hipertensión arterial10, 13.
De todas maneras, se puede afirmar que los pacientes hipertensos no tratados, presentan anormalidades metabólicas hidrocarbonadas y lipídicas que se correlacionan con riesgo cardio-vascular incrementado, se vinculen estas anormalidades o no a la hiperinsulinemia. Tampoco existe acuerdo en las relaciones etiopatogénicas. Intentaremos describir algunos conceptos que permitan comprender las relaciones entre hiperinsu-linemia e hipertensión arterial.

Hiperinsulinemia y resistencia insulínica
La resistencia insulínica puede entenderse como una respuesta biológica subnormal a una determinada concentración de insulina, y se determina a través de la hiperinsulinemia14. La insulino-resistencia se evalúa a través de la metodología del clamp glucémico15, pero puede inferirse por la presencia de concentraciones elevadas de insulina en ayunas, sin hipoglucemia concomitante16.
En conclusión puede decirse que cuando hay resistencia a la acción de la insulina sobre el metabolismo glucídico, se desarrolla hiperinsu-linemia como mecanismo compensador para llegar a una nueva condición de equilibrio normoglu-cémico.

Mecanismos de resistencia insulínica
La homeostasis de la insulina está controlada por tres mecanismos coordinados:
l secreción de insulina.
l estimulación de la captación de glucosa por músculo e hígado.
l supresión de la producción hepática de glucosa.
Cada uno de estos factores puede ser causa de resistencia insulínica17. Teóricamente, la alteración de la tolerancia a la glucosa puede deberse a un defecto de la secreción de insulina o a resistencia de las acciones musculares o hepáticas18. Se ha postulado el desarrollo de resistencia insulínica en la obesidad19, existe además evidencia preliminar en estudios realizados en los indios Pima que muestra una forma de herencia codominante en la resistencia insulínica20.
La resistencia insulínica se presenta en pacientes con intolerancia oral a la glucosa y en forma más severa en la diabetes no insulino-dependiente (DNID), pero también se ha constatado en la obesidad y en el 6% de la población general sin intolerancia a la glucosa21. En algunos individuos la insulino-resistencia puede ser compensada por un aumento de la secreción; pero en otros la célula Beta, aunque secreta niveles supranormales de insulina, no logra alcanzar el requerimiento, manifestándose intolerancia a la glucosa y posteriormente DNID18.
En estudios de perfusión en vasos del antebrazo, el sitio de la insulino-resistencia en la hipertensión esencial parecería ubicarse en el músculo esquelético22. Otros autores consideran la resistencia a la acción de la insulina como secundaria a factores hemodinámicos23; según esta teoría, el aumento de la resistencia periférica a nivel muscular produciría disminución del flujo sanguíneo, condicionando una deficiencia relativa en la acción de la insulina.

Mecanismos celulares de la resistencia insulínica
Normalmente la insulina se une a un receptor específico de la superficie celular24; este receptor es una glucoproteína de la membrana plasmática. El receptor consta de dos subuni-dades Alfa idénticas que fijan la insulina, y dos subunidades Beta que poseen actividad proteín-quinasa específica para la tirosina. La actividad tirosín-quinasa del receptor insulínico es fundamental para la acción de la insulina14. Una vez estimulado el receptor de insulina, se produce un segundo mensajero, el cual inicia una serie de eventos que afectan el metabolismo intracelular de glucosa. El segundo mensajero activado estimula el transporte de glucosa dentro de la célula24, 25. Este efecto es facilitado por la traslocación de un pool intracelular de transportadores de glucosa a la membrana celular. Cuando la acción insulínica se disipa, los transportadores regresan al compartimiento intracelular desde la membrana plasmática24.
La insulino-resistencia puede aparecer cuando cualquiera de los diversos mecanismos se altera. El trastorno puede presentarse a nivel de los receptores, cuando el número o la afinidad de éstos disminuyen, o cuando carecen de capacidad para producir una señal transmembrana eficaz24.
Se han demostrado defectos en el receptor y en el posreceptor que contribuyen a la insulino-resistencia26. Por mutaciones en el ADN que codifica el receptor de insulina, puede producirse un receptor defectuoso incapaz de mediar los efectos insulínicos20. Hay evidencias que sugieren que defectos en el transporte de glucosa o en la acción insulínica a nivel del receptor, en general genéticamente determinados, serían los responsables de la insulino-resistencia18, con aumento de la secreción de la célula Beta. También se demostró una disminución en el transporte de insulina al receptor, relacionada con un descenso del número de receptores, pero sin alteración en la afinidad de los mismos por la insulina24. Podrían existir defectos en la acción posreceptor responsables de la insulino-resistencia; dichos defectos se deberían a una alteración en la generación del segundo mensajero, a una disminución en el transporte de glucosa intracelular, o a un defecto en el transporte de algunas enzimas críticas involucradas en la utilización de los hidratos de carbono24. También podría implicarse la reducción del metabolismo no oxidativo de la glucosa (síntesis de glucógeno y glucólisis), con normalidad en el metabolismo oxidativo7.

Mecanismos lipídicos de la insulino-resistencia
En los individuos obesos y en los diabéticos no insulino dependientes los niveles plasmáticos de ácidos grasos libres (AGL) se encuentran aumentados, favoreciendo su captación celular y consecuentemente su oxidación18.
El incremento de la oxidación lipídica a nivel muscular inhibe la captación de glucosa mediada por insulina, y limita la oxidación de glucosa por alteración del potencial redox e inhibición de pasos enzimáticos claves en la cascada gluco-lítica; también aumenta la gluconeogénesis hepática por inducción de enzimas involucradas en su regulación y provisión continua de energía (ATP) y sustratos18. Además, en la obesidad y en la DNID la captación hepática de precursores gluco-neogenéticos circulantes se halla aumentada18.
Insulina y Sistema Nervioso Simpático
Hace más de 30 años se demostró que la administración de insulina por vía carotídea inducía respuestas similares a la estimulación simpática, aun en ausencia de hipoglucemia27. Posteriormente se observó, tanto en perros28 como en humanos29, que la administración de insulina aumentaba los niveles de noradrenalina, y producía signos de estimulación simpática, sin hipoglucemia. Se acepta actualmente que tanto la hiperglucemia como la hiperinsulinemia pueden estimular el sistema nervioso simpático (SNS), en tanto que la hipoglucemia estimularía la médula suprarrenal30. Este efecto estimulador de la insulina sobre la actividad simpática, sugiere que probablemente el SNS se halle implicado en la hipertensión por obesidad31.
La hipótesis de Landsberg presenta a la resistencia insulínica, y la hiperinsulinemia consecutiva, como un mecanismo compensador para limitar el almacenamiento excesivo de combustible en la obesidad, que además produciría estimula- ción simpática para aumentar la termogénesis y limitar el incremento de peso; la hipertensión sería una consecuencia de la hiperactividad simpática31.
Los efectos de la insulina sobre el SNS son similares en obesos y normales, a pesar de que se observa una marcada diferencia en la sensibilidad insulínica32. Por otra parte, también se halló relación entre la obesidad central y la ingesta calórica con la excreción urinaria de noradrenalina, que puede ser tomada como índice de actividad simpática33. Como los niveles elevados de insulina provocan elevación de los niveles de noradrenalina aun en presencia de normoglucemia, y la obesidad provoca hiperinsulinemia, ésta podría ser responsable de un aumento del tono simpático, y en individuos predispuestos aumentaría la presión arterial, aunque aún no se ha demostrado esta teoría en forma definitiva. Se han reportado complejas relaciones entre los niveles de catecolaminas, insulina, presión arterial y obesidad. Algunos autores hallaron correlación directa entre la obesidad central, presión arterial y los niveles de noradrenalina33, en tanto otros no hallaron esta correlación34. Probablemente las catecolaminas posean un rol durante las etapas de variación de peso pero no en los períodos de peso estable. El aumento del tono simpático en individuos normotensos puede llevar a una resistencia insulínica aguda secundaria a la vasoconstricción y la consiguiente disminución de flujo35. Estas experiencias relacionan hemodinámicamente la hipertensión y la insulino-resistencia. Otro factor a considerar es la acción antagónica del SNS sobre la actividad de la insulina a nivel de los mecanismos contrarreguladores21. Las catecolaminas disminuyen la captación muscular de glucosa, efecto mediado por el receptor beta35 y bloquean la captación hepática de glucosa dependientes de insulina, defectos presentes en obesos y DNID21. Es importante destacar que, de esta manera, la actividad del SNS induce un círculo vicioso que perpetúa la resistencia insulínica y la hipertensión.

Resistencia insulínica, obesidad e hipertensión
Es reconocida la relación entre obesidad e hipertensión arterial8, 36-39. La hipertensión es más prevalente entre los obesos que en la población general, y la disminución del exceso de peso se acompaña de descenso en las cifras tensio-nales40-44. La obesidad es un factor de riesgo muy importante para el desarrollo tanto de HTA, como DNID. Esta asociación sugiere la presencia de un factor común para la obesidad, la HTA y la DNID, que podría ser la hiperinsulinemia secundaria a insulino-resistencia8, 38. La obesidad se asocia a hiperinsulinemia y resistencia insulínica independiente de intolerancia a la glucosa45. La concentración de insulina en ayunas demostró ser correlativa con la presión arterial en un grupo de mujeres obesas, y resultó más elevada en aquéllas que tenían historia familiar de hipertensión46. En otro estudio que incluyó adolescentes obesos normotensos, la insulinemia fue correlativa con el exceso de peso y la presión arterial; el descenso de peso se correlacionó tanto con descenso de los valores tensionales como de la insulinemia47.
Estos y otros estudios8, 12, 31 implican a la hiperinsulinemia de la obesidad como etiopa-togénica para el desarrollo de hipertensión aunque existe controversia ya que la hiperinsulinemia pudo hallarse en obesos normotensos48. Sin embargo, en estudios en los que se ajustó el peso de acuerdo a otras variables, la insulina permaneció correlacionada con la presión arterial49.

Distribución del tejido adiposo e hipertensión
Algunos estudios han demostrado que la distribución corporal de la masa adiposa es un determinante para el desarrollo de hipertensión más importante que la obesidad50. Cuando la obesidad humana fue dividida de acuerdo a la distribución corporal y número de adipocitos, se identificó un grupo con preponderancia de células adiposas distribuidas de manera androide, con acumulación de masa grasa en la región tóraco-abdominal y otro grupo con obesidad hiperplásica, preferentemente localizada en la región glúteo-femoral, característica ginoide19.
El aumento adiposo predominantemente en la región tóraco-abdominal se ha denominado obesidad abdominal, troncal, de la parte superior del cuerpo, central o androide, en tanto el aumento adiposo predominante en la región glúteofemoral se ha denominado obesidad periférica o ginoide. Se ha utilizado la relación entre las circunferencias del talle y glútea (CT/CG), para distinguir entre el perfil predominantemente androide y el perfil ginoide19, 51. Los valores normales determinados en nuestro medio se observan en la tabla 1.
Se halló correlación entre la distribución central de la masa adiposa y el nivel de la presión arterial tanto sistólica como diastólica52. También se correlacionó la obesidad central con intolerancia a la glucosa e hiperinsulinemia, diabetes, gota, dislipemia y arterioesclerosis, en forma más frecuente que la obesidad ginoide19.

Insulina y aterosclerosis
La insulina fue relacionada con la ateros-clerosis desde la década del 60. Stout53 y Sowers54 realizaron recientemente completas revisiones acerca de este tema. En la diabetes experimental en conejos producida por aloxano, se pudo observar que si bien aumentaba la colesterolemia, disminuía la incidencia de ateromatosis. Dado que el aloxano no ejerce ninguna protección de la pared arterial, se postuló la idea de que la hipercolesterolemia no era el único factor aterogénico55, 56. El tratamiento de estos animlaes con insulina restablecía la deposición de colesterol en la aorta así como la ateromatosis57, 58.
Estudios realizados en pollos alimentados con dietas ricas en colesterol mostraron que se favorecía la ateromatosis, que podía retrogradar si se administraba una dieta baja en colesterol. La administración de insulina evitaba el efecto de regresión durante la dieta hipocolesterólica, así como el efecto protector de la administración de estrógenos59, 60. El tratamiento de animales diabéticos con insulina, disminuye la colesterolemia, pero no la incidencia o severidad de las lesiones ateromatosas61. En perros diabéticos por aloxano, se administró insulina en una arteria femoral y solución salina en la otra; la arteria tratada mostró engrosamiento de la media y aumento del contenido de colesterol a las 26-28 semanas61. La administración prolongada de insulina a animales sanos alimentados con dietas normograsas, produjo también engrosamiento de la media e íntima, con aumento de los lípidos en las paredes arteriales con respecto a los animales control, sin variación de los lípidos plasmáticos62, 63.
La insulina estimula la síntesis lipídica en la pared arterial. En ratas tratadas con insulina se comprobó una correlación positiva entre la concentración de insulina y el metabolismo de la pared aórtica64, y con la captación de precursores lipídicos65. Por otra parte, si en experimentos de perfusión aórtica la presión es elevada hasta los valores observados in vivo, la insulina aumenta la incorporación de glucosa en los lípidos de la pared arterial, mientras que a las presiones habitualmente bajas de perfusión, la insulina carece de efecto sobre la íntima y la media, demostrando la interrelación entre la insulina y las variables hemodinámicas66. Se ha comprobado la estimulación de la proliferación de células musculares lisas en distintas especies animales67, 68 y en el hombre a dosis fisiológicas69. El receptor para la proliferación parece no ser el mismo que el receptor metabólico70, por lo cual podría explicarse una resistencia insulínica del segundo con actividad conservada del primero53. Algunos de los receptores insulínicos endoteliales también pueden unir los factores de crecimiento insulinosímiles I y II (FCI 1, FCI 2)70, 71. La insulina estimula la incorporación de timidina marcada en fibroblastos72 y células del músculo liso vascular68, 73. De esta manera, pasos iniciales de la aterosclerosis, tal como la proliferación celular en la íntima arterial, pueden vincularse a la respuesta de las células musculares lisas vasculares a la insulina y FCI74. La insulina también aumenta la captación y esterificación, y disminuye la desesterificación y liberación de colesterol por las células musculares lisas71, 73, 75. Concentraciones elevadas de insulina como las halladas en la DNID y la HTA, así como durante la insulinoterapia en diabetes insulinodependiente, podrían contribuir directamente o en asociación a los FCI a la aceleración de la aterosclerosis observada en estas condiciones54.
En la figura 1 hemos esquematizado los datos propuestos por el grupo de Sowers vinculando la insulina y la aterosclerosis54, 76.
La insulina actúa fisiológicamente en el transporte iónico, por lo que el incremento de la concentración plasmática llevaría a desequilibrios de los mecanismos de control de la presión arterial21, 77.

Sodio
Se ha demostrado que el contenido total de sodio se halla aumentado en los obesos78, 79 y en los DNID77, 78 hipertensos. Inversamente, la pérdida de peso se asocia a natriuresis, reducción de la presión arterial y disminución de los niveles de insulina plasmática21, 77. La hipertensión del obeso es sodio-sensible, como había postulado Dahl en 195880. Más recientemente, Rocchini describe que la presión arterial en adolescentes obesos es altamente dependiente de la ingesta de sodio, vinculando la sensibilidad al sodio directamente con la hiperinsulinemia, además del hiperaldosteronismo y aumento del tono simpático observado en estos pacientes81.
Ya en 1933 se había observado que la deprivación de insulina en pacientes diabéticos inducía natriuresis, la cual se reducía al reinstalar la terapéutica insulínica. Estos efectos eran independientes de los cambios en la glucosuria o cetonuria82. Posteriormente se demostró que la administración de insulina a individuos normales inducía retención de sodio, al igual que la hipe-rinsulinemia secundaria a ingesta de carbo- hidratos después de ayuno prolongado en obesos77.
Clásicamente se describía la acción antina-triurética de la insulina como producida tanto en el nefrón proximal como el distal, con incrementos de la reabsorción de sodio dentro de las concentraciones fisiológicas de insulina, o con las concentraciones observadas en obesos83, 84. Más recientemente, otros estudios que utilizaron la técnica de clamp euglucémico y clearance de litio como marcador de la reabsorción proximal de sodio en hipertensos no diabéticos85, o bien la excreción fraccional de litio en adolescentes normotensos hijos de hipertensos con sobrecarga de glucosa86, confirmaron la disminución de la reabsorción distal, pero no hallaron disminución de la reabsorción proximal. El efecto antinatriurético de la insulina sobre el riñón se mantiene independientemente de constatarse insulino-resistencia en el metabolismo hidrocarbonado87. La captación de glucosa mediada por insulina y la reabsorción de sodio inducida por insulina se estudiaron en 35 hombres normotensos con historia familiar de hipertensión, comprobándose resistencia insu-línica, aumento de la reabsorción tubular de sodio, y falta de la supresión de la secreción de aldosterona que podría incrementar la retención de sodio88. Se han realizado numerosas descripciones de las alteraciones de los intercambios iónicos de membrana en la hipertensión humana y experimental, y se han verificado cambios similares en los hijos normotensos de padres hipertensos, documentando el carácter genético de la hiper-tensión arterial89. La insulina actúa sobre estos intercambios de membrana, y la hiperinsulinemia podría poner de manifiesto un defecto subyacente21. La insulina, a través de la disminución de la actividad de la Na-K ATPasa, y el aumento de la actividad de la bomba Na-H produciría un incremento de sodio, calcio y pH intracelular, aumentando la sensibilidad de las células musculares lisas a las sustancias vasoconstrictoras y la proliferación celular por alcalinidad21, 90.
Se podría postular que la hiperinsulinemia aumentaría la reabsorción de sodio a nivel renal, expandiendo el pool de sodio intercambiable y el líquido extracelular91. El aumento del líquido extracelular estimula en forma crónica la secreción de factor natriurético atrial (FNA), que a su vez alteraría los intercambios iónicos91, 92. Por otro lado, la acción del FNA se encuentra también alterada por los altos niveles de insulina que provoca reabsorción de Na a nivel tubular93.

Calcio y Magnesio
El calcio libre intracelular se encuentra aumentado en los pacientes con hipertensión esencial. La homeostasis normal del calcio y del magnesio podría contribuir a la insulino-resistencia y a la HTA. Los hipertensos tienen reducido el mag-nesio libre intracelular, hecho que se relaciona en forma inversa con la presión arterial16. La obesidad, la presión arterial y la hiperinsulinemia se encuentran muy relacionadas con el calcio libre intracelular, el magnesio libre y el pH. Se ha observado en diabéticos hipertensos una alteración de la homeostasis del calcio celular por disminución de la actividad de la CaATPasa, con aumento del calcio intracelular.

Hiperinsulinemia e hipertensión. ¿Implicación etiológica?
La insulino-resistencia produce incremento de la concentración plasmática de insulina para poder mantener la homeostasis de la glucosa. Dicha hiperinsulinemia podría actuar a través de diversos mecanismos que sugieren implicancias etiopatogénicas para desarrollar hipertensión arterial16. En efecto, hemos revisado cómo la insulina puede incrementar la actividad del sistema nervioso simpático o aumentar las concentraciones de adrenalina y noradrenalina circulantes, puede aumentar la reabsorción renal de sodio, o puede influenciar el intercambio de cationes celulares.
Dado que la obesidad provoca hiperinsuli-nemia, éste parecería ser el nexo entre obesidad e hipertensión. La resistencia insulínica se desarrollaría previamente a la hipertensión, como pudo demostrarse en hijos normotensos de padres hipertensos94 y, en ocasiones, asociada a dis-lipemia95. El hallazgo de una disminución de la sensibilidad a la insulina en individuos prehiper-tensos sugiere que la insulino-resistencia podría preceder a la instalación de la hipertensión. Esta disminución de la sensibilidad a la insulina ha sido hallada en individuos jóvenes, delgados, y nor-moglucémicos, indicando que la resistencia a la insulina precedería la instalación de la obesidad y de la diabetes en aquellos individuos predispuestos, incluso hasta 10 años antes del desarrollo de estas anormalidades96-98. También se demostró la presencia de hiperinsulinemia e insulino-resistencia en hipertensos con índice de masa corporal normales. Estos individuos se comportarían como "metabólicamente obesos", por la presencia de mayor cantidad de grasa intrabdominal99. La correlación entre resistencia insulínica y presión arterial principalmente sistólica fue también demostrada en estudios que incluyeron niños desde los 5 años de edad100. En la figura 2 hemos realizado una interpretación de esta teoría, estableciendo una secuencia teórica desde la obesidad troncal hasta la hipertensión, a partir de un esquema previamente publicado por Kaplan99. Grunfeld96 halló hiperinsulinemia y aumento del contratransporte sodio-litio en hijos normotensos de padres hipertensos, pero no parecían relacionarse entre sí. Los autores interpretaron que, aunque desempeñando algún papel patogenético, estos hechos podrían no hallarse ligados, o ser producidos por un tercer elemento no descripto aún. Otros mecanismos que vincularían etiopatogé-nicamente la hiperinsulinemia a la hipertensión postulan que la insulino-resistencia alteraría las necesidades de sustratos o energía celular, y los cambios resultantes sensibilizarían tanto directamente como por cambios en el flujo iónico celular, la respuesta del músculo liso vascular a noradrenalina o angiotensina II21. Otros autores no reconocen la hiperinsulinemia como causa de hipertensión. Por el contrario, interpretan, como Hall40, 41, 43, que la insulina retiene sodio en forma aguda pero no crónica, que tiene un efecto vasodilatador directo, y que la disminución del flujo muscular producida por el aumento de la resistencia periférica propio de la hipertensión sería la causa de la resistencia insulínica, y por lo tanto de la hiperinsulinemia. En este mecanismo se destaca que el riñón en el paciente obeso presenta aumento de la filtración glomerular, del flujo plasmático renal, retención de sodio y estimulación del sistema renina angiotensina (figura 3) produciendo hipertensión. Según este autor, los niveles de insulina hallados en los obesos, tanto en humanos como experimentalmente en perros, no serían responsables de la retención de sodio. En cambio, considera posible un rol de la activación simpática de la obesidad como mecanismo hipertensógeno, en tanto reconoce que a través de un estímulo aún desconocido, se producen alteraciones de las presiones intrarrenales y cambios histológicos de la médula renal que alterarían el balance de sodio, desplazando la curva de presión-natriuresis43.
Estudios experimentales demostraron que perros alimentados con dietas conteniendo elevada cantidad de grasas desarrollaron hiperinsulinemia, resistencia insulínica, retención de sodio e hipertensión asociada a taquicardia y aumento del volumen minuto41. Sin embargo, cuando el volumen minuto se expresa por unidad de peso corporal, no se observan diferencias entre obesos y normales tanto en perros31 como en humanos101. El descenso de peso produce disminución de la presión arterial, que se relaciona con disminución de la volemia y el volumen minuto101.

Consideraciones finales
Reaven75 ha denominado Síndrome X a la asociación de resistencia a la captación de glucosa mediada por insulina, intolerancia a la glucosa, hiperinsulinemia, aumento de VLDL-triglicéridos, disminución de HDL-colesterol e hipertensión. Posteriormente Kaplan99, destacando algunos componentes de este síndrome, lo denominó "El Cuarteto Mortal": obesidad troncal, intolerancia a la glucosa, hipertrigliceridemia e hipertensión. DeFronzo21 hizo referencia a una posibilidad etiopatogénica al hablar de síndrome de resistencia insulínica, abarcando diabetes mellitus no insulinodependiente, obesidad, hipertensión, dislipidemia y enfermedad cardiovascular ateros-clerótica. La resistencia insulínica fue vinculada además a microalbuminuria, alteraciones lipídicas y alteraciones del ritmo circadiano de la tensión arterial, estableciendo un conjunto de elementos potencialmente patogénicos para complicaciones cardiovasculares102. Si bien es cierto que la enfermedad ateros-clerótica tiene un impacto relevante en las arterias coronarias, también es cierto que la ateros-clerosis es un proceso universal con afectación sistemática e impacto en los territorios cerebral, renal, ocular, enteral y periférico. Probablemente sea entonces más descriptiva la denominación de síndrome metabólico de riesgo vascular.
Sin la necesidad de abogar por alguna de las teorías expuestas, que vinculan hipertensión arterial e hiperinsulinemia, consideramos relevante destacar la elevada prevalencia de la asociación. La aterogénesis reconoce a la hipertensión como factor mecánico, y a la insulina como inductora metabólica a través de una variedad de efectos. En concordancia con las últimas recomendaciones realizadas en el Quinto Reporte del JNC1, o las publicadas por la Sociedad Internacional de Hipertensión/Organización Mundial de la Salud2, destacamos la necesidad del tratamiento dirigido a la modificación de los hábitos de vida. Debe insistirse lo suficiente para lograr el peso adecuado en el paciente hipertenso. Más aún, considerando que la disminución de peso se acompaña de cierto descenso de las cifras tensionales, pero también de mejoría en los parámetros meta-bólicos, como ser descenso de colesterol total y LDL, y aumento de HDL, estas medidas pueden marcar la diferencia entre la prescindibilidad o necesidad de tratamiento farmacológico de la hipertensión. Por otra parte pensamos en la conveniencia de reconsiderar el criterio de hipertensión arterial esencial. En efecto, si las cifras tensionales reingresan dentro del rango aceptado como normal con el descenso de peso y las modificaciones de los hábitos de vida (disminución de ingesta de alcohol, supresión del hábito de fumar, seden-tarismo), probablemente resulte más adecuado incluir a estos pacientes como secundarios a estas condiciones.

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TABLA 1.- Relación CT/CG
Circunferencia del Talle/Circunferencia Glútea
Edad Sexo
(años) Masculino Femenino
20 - 39 0,85 0,71
40 - 60 0,89 0,76
Valores normales en Argentina. Brusco OJ, Ugarte AC51
 
Fig. 1
Fig. 2
Fig. 3